jueves, 2 de octubre de 2008

1968

Cuarenta años se cumplen de aquella trágica noche en Tlatelolco que puso fin al movimiento social más emblemático del México posrevolucionario. 1968 es un referente universal y en nuestro país tuvimos una versión propia con incidencia particular y dejando una huella profunda en la conciencia nacional. Ese fue el año de La Primavera de Praga y El Mayo Francés que contrariaron el status quo de la guerra fría, reivindicando pensar al mundo sin someterse a la lógica de las superpotencias, innovando el discurso, los paradigmas, la cultura y a su vez cuestionando las verdades absolutas, los convencionalismos, las jerarquías, las imposiciones, los límites establecidos y, por supuesto, el sistema político. Eso mismo se vivió en México, pero la tendencia al martirologio y al culto a la sangre de los que somos tan afectos hicieron que la referencia al acontecimiento disruptivo se marcara privilegiadamente con la fecha de la tragedia, con la irracional y desproporcionada masacre que terminó traumáticamente con el movimiento estudiantil.

Por ello, el 2 de octubre tiene un alto y diverso contenido simbólico y representa más que el fin trágico e injusto de un ruidoso y telúrico despertar colectivo de sectores importantes de la juventud ilustrada; más que la libertaria y festiva rebelión estudiantil frente al poder arcaico y prejuiciado del régimen priísta que sintió amenazado, con razón, el principio de su autoridad; más que el involucramiento activo de la UNAM y el Poli, las dos instituciones de educación superior más importantes del país; más que la intransigencia e insensibilidad de las autoridades y la absurda y criminal represión que implementaron; más que un pliego petitorio minimalista y tan irrelevante que no tiene caso siquiera recordarlo; más que la victoria pírrica que fue carcomiendo los atisbos de legitimidad bebidos de la Revolución Mexicana que reivindicaba para sí el llamado Partido de Estado; más que su calidad de precursor autorreferido de un sin fin de luchas -armadas, civiles, sociales o políticas- en los años subsiguientes y hasta la fecha; más que el reconocimiento posterior de su legitimidad y justeza por parte del régimen –y de sus herederos- que en su momento lo combatió con tal saña que terminó aplastándolo; más que el impulso a la apertura cultural en un país endógeno y chovinista; más incluso que la reivindicación histórica y el desprecio social por los entonces todopoderosos. Y eso es así porque la trascendencia del movimiento estudiantil de 1968 está ligado a su innegable fuerza moral que se acrecentó por la brutalidad con la que fue reprimido y por el lugar que la memoria colectiva le asignó.

Por ello es que me parecen más significativas de lo que fue el movimiento estudiantil otras fechas, más ligadas a sus momentos dorados que a su aniquilación cobarde. Doy dos. El 30 de julio, cuando ese rector excepcional, Javier Barros Sierra, izó la bandera a media hasta y marchó con los estudiantes para defender la autonomía universitaria tras el tristemente célebre bazucazo en la puerta colonial de San Ildefonso, entonces la Preparatoria uno. Y el 13 de agosto, en la marcha silenciosa que conmovió al país. En ambos casos se evidenció de manera plástica, simbólica, elocuente la superioridad moral que al tiempo se hizo razón histórica. Por ello es que la respuesta que tuvo Octavio Paz al renunciar a la Embajada en la India por los sangrientos acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas fue absolutamente climática y acorde con el espíritu, si así se le puede decir, del 68 pues fue un gesto de protesta y dignidad con evidente contenido moral.

Pero junto al carácter moral de la rebelión juvenil es importante no olvidar su dimensión lúdica y creativa, la impetuosa irrupción de los estudiantes no sólo en la política que tenían vedada sino también en los otros rubros de la vida social, una auténtica liberación que amenazaba más que la tranquilidad de un régimen autoritario y sobrado de sí mismo. El movimiento también fue una conmoción cultural. La lucha por las libertades públicas abrieron la agenda de la transición veinte años antes de una auténtica competencia electoral, pero abrir una atmósfera cerrada, desafiar a las buenas conciencias, romper con tabúes, innovar las formas de comunicación, compartir descubrimientos musicales, literarios, gráficos, filosóficos impulsando el cosmopolitismo y el debate más allá de pequeños círculos, así como replantear la familia, el sexo, la escuela, la relación con la autoridad constituyeron una verdadera revolución de las mentalidades que irradió a la sociedad y contribuyó a su transformación.

Es verdad que México no era ni podía ser una isla. En Estado Unidos se recrudecían las protestas contra la guerra de Vietnam, continuaba la lucha por el reconocimiento pleno y efectivo a los derechos civiles de la minoría afroamericana, el rock se imponía en la juventud y la liberación sexual escandalizaba a los sectores conservadores. Pero nuestro país no tenía vestigios democráticos y su caparazón chovinista a las manifestaciones culturales extranjeras era tal que no se permitía la difusión en los medios de comunicación de canciones en otros idiomas y se promovió un rock and roll oficial que además de traducciones le impusieron un mensaje funcional, de reproducción de los valores establecidos y francamente fresa. Si en política podemos decir en retrospectiva que el movimiento marcó el principio del fin del viejo régimen también es justo reconocerle aportaciones culturales y sociales que le cambiaron el rostro al país. Sí es correcto hablar de parteaguas; sí hay un antes y un después de 1968. Por eso, a cuarenta años de distancia, el 2 de octubre y aquel movimiento, efectivamente, no se olvidan.


De paso...

IFE. En lugar de contribuir a olvidar el 2006 y generar condiciones adecuadas para las elecciones intermedias, el IFE está muy preocupado en ganar autoridad con la población sancionando fuera de toda proporción al PRD y al PAN y disimulando mal sus favores al PRI. Si no hay mesura y sensatez en el árbitro en estos tiempos convulsos qué se puede esperar de las partes. Como nunca se requiere visión de Estado y sin embargo los consejeros se obsesionan cual candidatos con las encuestas, el raiting y el protagonismo. Lástima que ni siquiera esa institución se percate de los riesgos que corre actualmente la frágil democracia mexicana. El autismo parece contagioso... Durante muchos años nos repitieron que un resfriado en Estados Unidos se convertía en pulmonía en México. Por eso no es creíble, aunque sí comprensible, la obsesión gubernamental por tranquilizarnos argumentando ahora que una pulmonía allá es un simple resfriadito en nuestro país. La burda mentira suele ser contraproducente... Guerrero está en el aire. ¡Que caiga sol!...

1 comentario:

jaimecarmen dijo...

Fernando:
Tienes correo electronico?
O como se puede uno comunicar contigo por via electronica.