miércoles, 6 de mayo de 2009

EL RECUENTO DE LOS DAÑOS

Fernando Belaunzarán


La emergencia sanitaria va cediendo su lugar a una normalidad expectante, conmocionada, susceptible, temerosa. Por fortuna, todo indica que el virus de la influenza A H1N1 no resultó ser, al menos en su brote primaveral, tan contagioso ni tan letal como se pensó que podía serlo. De ahí que las medidas que se tomaron parezcan ahora totalmente desproporcionadas. Se paralizó el país y se puso a la sociedad en vilo por una enfermedad cuyos casos comprobados, dos semanas después de su anuncio, están lejos del millar y el número de decesos no llegaron siquiera a los asesinados por el crimen organizado en el último fin de semana. Claro que eso no se podía saber cuando se tuvo conocimiento del mal y, si se considera que la salud y la vida de millones de personas están en juego, resulta impecable actuar con sobradas precauciones.

Sin embargo, esta situación afortunada que a todos nos debe alegrar ha dado pie a la autocomplacencia gubernamental que en tiempos electorales quiere convencernos de que fueron sus medidas las que convirtieron una terrible catástrofe en una preocupación grave aunque controlable, y no la naturaleza misma del virus mutante que por los antecedentes de la gripe aviar y al comprobarse la posibilidad de ser transmitido de hombre a hombre generó una justificada alarma pero que ya no es pertinente –en su original magnitud- debido al conocimiento que ahora se tiene de él y de su moderada peligrosidad.

En lugar de cantar victoria, valerse del autoelogio y promover los clásicos “cebollazos” debiéramos ser más críticos, pues es evidente que la emergencia nos rebasó a todos y dejó al descubierto las limitaciones institucionales, sociales y culturales que como sociedad tenemos para encarar situaciones como la que acabamos de vivir. El anuncio de medidas drásticas y las apariciones con cubrebocas en instituciones epidemiológicas u hospitales fue un éxito mediático para los gobernantes, pero eso no necesariamente significó la eficacia de tales medidas a pesar de que el galimatías de cifras oficiales pretenda ser su demostración incontrovertible. Resulta, por decir lo menos, poco congruente y serio que al tiempo que se evitaban las concentraciones de capitalinos en el DF, con el puente elevado a decreto presidencial y la ciudad vaciada, éstas se dieron sin restricción en muchos centros de esparcimiento en el país.

Debemos ser sinceros. No fue cultura cívica sino el miedo lo que tuvo a los mexicanos confinados. Eso no se manifestó únicamente en la paranoia inocua del que iba solo manejando su auto con las ventanas cerradas, guantes y el “milagroso” cubrebocas. El miedo le abrió la puerta a la discriminación y a las vejaciones, las mismas que ocurrieron en el extranjero y que fueron con justicia condenadas, pero que también se dieron en nuestro propio país. La información que en alguna medida fluyó masivamente no pudo, en muchos casos, vencer al pánico y lograr que la solidaridad y la sensata precaución se impusieran sobre la desconfianza irracional e incluso la hostilidad


Las insuficiencias del sistema de salud, la incapacidad de la red hospitalaria para actuar con la rapidez y eficiencia requeridas y el maltrato y vía crucis de los pacientes para ser atendidos quedaron de manifiesto. Además fue evidente la improvisación y el desconocimiento de lo que se debía hacer, lo cual se reflejaba en anuncios espectaculares acordados en la víspera y no como parte de una plan que debía existir con antelación ante contingencias de este tipo; algunos de esos anuncios, por cierto, parecían buscar más el impacto en los medios de comunicación que la eficacia de un pretendido cerco epidemiológico que nunca fue tal. La realidad virtual, cuyo emblema no puede ser otro que el cubrebocas vuelto fetiche, se impuso al grado de que de una manera (casi) mágica se ha “controlado” el problema.

Por supuesto, no quiero decir que el virus no exista, no tenga su grado de peligro y no se deba prevenir el contagio –lo que sería una estupidez y una gran irresponsabilidad- sino simplemente que para millones de mexicanos el problema nació, creció, llegó al clímax y luego se desvaneció en las pantallas de televisión bajo un guión prácticamente unilateral escrito a la medida del prospecto de héroe y titular del Ejecutivo federal o local y en la que además de los gobernantes jugaban un papel protagónico personajes envueltos en trajes que parecían espaciales y a los que todos debíamos encomendarnos.

Pero después de la aventura fantástica nos toparemos con la cruda realidad. La crisis económica, a diferencia del virus, no es más débil de lo que pensábamos. Por el contrario, al panorama de por sí duro, con una perspectiva de decrecimiento que ya se aproxima del 5% se le debe sumar los costos de la influenza A H1N1. Se paralizó en gran medida la economía del país, el turismo y la rama de servicios van a pagar todavía costos importantes y muchas personas que viven al día dejaron de percibir ingresos durante casi dos semanas. Nos llovió sobre mojado.

Sin embargo, algunos verán las encuestas del próximo mes y sentirán que la emergencia les cayó de perlas. Tampoco es para espantarse. Las crisis también son oportunidades y en política siempre será mejor aprovecharlas. Pero más allá del juego de poder, de la obviedad de que subió el que se vio audaz y de que perdió el que se guardó a pesar de ser un niño bien peinado, lo crucial es que la experiencia nos sirva para prepararnos por si nos ocurre otra emergencia epidemiológica en la que la suerte no esté de nuestro lado.


De paso…

Síndrome 2006… ¡Lo que nos faltaba! Uno se siente salvador de la patria y el otro salvador de la humanidad… Y hablando del primero de ellos, con el brote de influenza A H1N1 anduvo calladito pero jugó en dos vías. Con su brazo institucional anduvo de la mano con el gobierno federal y si alguna diferencia existió fue por ver quién mostraba mayor celo en combatir la epidemia con medidas radicales y a quién le sentaba mejor el cubrebocas en la foto. Actitud irreprochable, excesos aparte, pues existe la responsabilidad constitucional de ver por la salud de sus gobernados y nadie puede negar que hubo una reacción oportuna y se respondió con lo que se podía. Pero con la otra mano, llamémosle social, y sabiendo la fuerza del rumor, se dedicó a esparcir ideas locas sobre complots y conspiraciones que supuestamente habían inventado todo para salvar ya no a México sino al gobierno federal que hace agua. Por supuesto, al hacerlo no sólo acababa con cualquier vestigio de inteligencia, también jugaba con la salud y la vida de la gente que tiene el derecho a estar debidamente informada. ¿Y la ética apá?… Convergencia en el Estado de México es una franquicia al servicio del gobernador Enrique Peña Nieto. No han guardado siquiera las formas y Andrés Manuel López Obrador conoce perfectamente –tiene pruebas- de la connivencia de ese partido con el gobierno de ese estado. Es difícil pensar que se trata de una rebelión estatal, pues Luís Maldonado, presidente nacional de Convergencia, no ha faltado a ningún evento, abierto o privado, al que lo haya invitado el joven gobernador. Quizás la ayuda que el movimiento obradorista le ha dado a la carrera presidencial de Peña Nieto con la polarización total frente al gobierno panista, después de todo, no sea algo involuntario… Agradezco las felicitaciones por el anuncio dado aquí mismo de que para un servidor se aproxima el fin de un ciclo académico prolongado. Pero se le debe dar el crédito también a mi asesor, el Dr. Ernesto Priani, por su paciencia infinita y buena disposición que me ha guardado, no obstante encontrarse fuera del país… Y hablando del Dr. Priani, en estos tiempos recuerdo su excelente curso sobre el Decamerón, la maravillosa obra de Giovanni Boccaccio, en la que jóvenes florentinos imposibilitados de regresar a su ciudad por la peste viven diez jornadas grandiosas de amor, placer y literatura. Una irresistible incitación a los universitarios. Lamento, si es que eso es posible ante una situación de suyo difícil, que la emergencia haya llegado una década después… Se cumplieron 20 años del PRD, pero la epidemia hizo anticlimática su conmemoración. La fecha llega en un momento definitorio. El resultado electoral sin duda que es importante, pero lo es más la transformación radical a la que está obligado pasando los comicios…

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