miércoles, 21 de diciembre de 2011

ESTADO LAICO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Se necesita talento para convertir las derrotas en victorias, pero hacer lo inverso no tiene ningún chiste y acontece de manera frecuente. Se entiende que esto último ocurre por errores, exceso de confianza, falta de experiencia, es decir, se trata de un hecho involuntario y lamentable. Pero al sectarismo no le importa perder si es que tal resultado se le puede adjudicar al rival que más odia, el cual, por lo general es el que tiene más cerca, su enemigo interno. Y si no existe la derrota, pues la inventa y lo de menos es construir una historia delirante ajena a la realidad y sostenerla con la histeria propia del que grita que le robaron el carro esperando que nadie se percate que no sabe manejar, evitando así dar explicaciones. Eso es lo que hizo el sector más fanatizado del pejismo con respecto a la reforma al artículo 24 de la Constitución, no obstante que ya se celebró “la unidad” en torno a la candidatura presidencial.

El periódico del obradorismo extremo, La Jornada, tituló a ocho columnas al día siguiente de la aprobación de la reforma (16 de diciembre): “chuchos se unen a PRI-AN en golpe al Estado laico”, asegurando que la presidencia de la mesa directiva obtenida por Guadalupe Acosta Naranjo fue “la moneda de cambio”. En el encabezado de dicha nota a la que se hace referencia en primera plana se afirma que “Diputados abren la puerta a la Iglesia para oficiar en público”. La verdad es que, como lo demostraré en el presente artículo, todo es falso: No hubo tal “golpe al Estado laico” -se detuvo; no se acordó en la sesión concederle al PRD encabezar la mesa directiva –eso se pactó públicamente desde fines de agosto; los chuchos no llevaron la negociación de la redacción del artículo 24 –la acordaron tres diputados ajenos a Nueva izquierda: Alejandro Encinas, Enoé Uranga y Teresa Incháustegui; y no se flexibilizó siquiera la celebración de actos religiosos en espacios públicos –se mantuvo el texto constitucional vigente en ese tema.

Aunque la iniciativa se ingresó desde el 2010, su dictamen fue un albazo que violó el reglamento; pero más grave que las formas quebrantadas era su contenido, el cual no sería extraño que se haya pactado con la jerarquía católica. Es decir que, en la víspera de la sesión, sí se avizoraba un “golpe al Estado laico” de grandes proporciones que consistía básicamente en abrir la posibilidad de dar educación religiosa en escuelas públicas, en permitir el manejo de medios de comunicación por parte de iglesias y en quitar cualquier condicionamiento al oficio de eventos religiosos en espacios públicos. Todo eso se echó para atrás. Para despejar dudas, permítaseme transcribir el texto vigente, el texto dictaminado y el texto aprobado:

Así dice todavía el artículo 24:

Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley.

El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.

Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria.

Así venía el dictamen:

Todo individuo tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o adoptar, o no tener ni adoptar, la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración de ritos, las prácticas, la difusión y la enseñanza; siempre que no constituyan un delito o una falta sancionado por la ley.

El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.

[Se deroga]
Sin contravenir lo prescrito en el artículo 3o. de esta Constitución, el Estado respetará la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

Así finalmente se aprobó:

Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política.


El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.


Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria.

Como puede observarse, la redacción aprobada por la Cámara de Diputados es muy cercana a la que todavía está vigente y sólo se actualiza el lenguaje para ponerlo acorde con los tratados internacionales firmados por México. Es por esa razón que ahora las críticas se sustentan en el “contexto” y no en el “texto”, aunque algunos despistados siguen declarando con base en la desinformación que con dolo se transmitió y que le sirve al medio que calumniador como “noticia” para seguir sustentado lo que inventó. Es verdad que el “timing” puede tener visos electorales, pero ése lo establecieron el PRI y el PAN que estuvieron cerca de consumar su aprobación con todas sus partes polémicas. Si éstas pudieron ser modificadas sustancialmente se debió a la oposición de la izquierda, a la buena y oportuna negociación de sus bancadas y a una rebelión de diputados priístas que de manera más o menos discreta expresaron que no irían con el dictamen como venía.

Por fortuna se discute el momento, las intenciones, las circunstancias, el reconocimiento de la jerarquía católica por su aprobación, la visita del Papa, y no que se impartirá educación religiosa en las escuelas públicas o que las iglesias contarán con medios de comunicación masivos, en fin, no se está discutiendo el contenido de la reforma. Algunos quisieron polemizar con la exposición de motivos, pero ya se aclaró que eso también fue cambiado en correspondencia con lo aprobado en el texto constitucional. Con ello se demuestra que valió la pena que las bancadas de izquierda negociaran la redacción del artículo 24, en lugar de trabajar su “derrota heroica” con consecuencias funestas para el país.

El PRI y el PAN eligieron el tiempo de sacar la reforma, pero la izquierda impidió que se vulnerara en ese embate al Estado Laico. Eso fue un éxito indudable y trascendente que, en lugar de cantarlo y salir fortalecidos de cara a la sociedad, el sectarismo prefirió presentarlo, una vez más, como otra “derrota histórica” producto de la “traición”, sin más razón que ajustar cuentas con uno de los personaje más visibles e influyentes de la corriente Nueva Izquierda, el diputado Guadalupe Acosta Naranjo. El deseo de revancha se impuso a la necesidad de la unidad y de capitalizar lo logrado para ser más competitivos en el 2012. Exhibieron su pequeñez y mezquindad.

El golpe que se dio no fue al Estado laico sino a los odiados chuchos por parte del pejismo rabioso que no se da por enterado de la estrategia de unidad y reconciliación de su líder y candidato. Lo hacen con un cinismo desvergononzado, pues es evidente que la pretensión de que se den clases de “moral” en las escuelas públicas para enseñar “el amor al prójimo” amenaza mucho más la laicidad que la reforma aprobada, a la cual inútilmente se le podrá buscar una sola frase que atente contra ella.

Además, lo hicieron de una manera tan burda y desaseada que las mentiras se desmoronan al primer análisis. Los proponentes que suscribieron con pulo y letra la redacción final del párrafo primero y la reincorporación del tercero –que constituyen la totalidad de la reforma, tal y como quedó- fueron los diputados Alejandro Encinas, Enoé Uranga –conocida feminista y defensora de la diversidad- y Jaime Cárdenas, según consta en sendos oficios que giraron al dip. Emilio Chuayffet, en su calidad de presidente de la mesa directiva.

A partir de los acuerdos conseguidos se dieron hechos extraños. Uno de ellos es el del diputado petista Jaime Cárdenas, quien subió a tribuna a hablar en contra de su propia propuesta, aunque luego, cuando le tocó presentar su reserva, reconoció que no tenía otra y acabó leyendo la misma. Todavía más curioso es el comportamiento de Alejandro Encinas: argumentó en la Asamblea la redacción que suscribió, se hizo público en la tribuna que la había negociado “trasbanderas” con Felipe Solís Acero del PRI y Alberto Pérez Cuevas del PAN, votó en el pleno a mano alzada la inclusión de ambos párrafos tal y como quedaron –según se observa en el video del Canal del Congreso-, pero en el momento de hacerlo en el tablero electrónico decidió “ausentarse”, es decir, no votar a favor, ni en contra, ni abstenerse; unas horas más tarde se deslindaba de lo acordado y hacía un llamado a que se detuviera en el Senado. Es muy posible que tanto él como Jaime Cárdenas hayan actuado de manera tan atípica, y poco ética, porque ya sabían del escándalo que venía y a quién le iban a cargar el muertito inventado.

Es una lástima, porque ambos, junto con Enoé Uranga y Teresa Incháustegui, hicieron un gran trabajo para defender al Estado laico y, sin embargo, acabaron ocultando su propio mérito para dar paso al linchamiento contra los que, por cierto, no tuvieron una participación protagónica en lo definido. Se impuso el ánimo hepático de manchar al nuevo presidente de la Cámara por parte de los mismos que proclaman amor y honestidad. Ahora resulta que Encinas negoció para que Naranjo sea presidente de la Cámara, lo cual es absurdo. Si se mira la lista de votantes, se verá que Nueva Izquierda votó diferenciado, que muchos de otras expresiones votaron a favor y no pocos de esa corriente lo hicieron en contra. Está visto que los fanáticos no se llevan con la lógica… ni con el rigor periodístico.

La Presidencia de la mesa directiva ya estaba definida para el PRD mediante un acuerdo suscrito a finales de agosto, mismo que fue hecho público desde entonces. Es cierto que los diputados priístas del Estado de México amagaron con bloquear al ex Presidente Nacional del PRD –siguen molestos por las alianzas que amenazaron su permanencia en el poder de esa entidad- y hasta pusieron cartelitos que decían: “Encinas sí, Naranjo no” –lo cual, supongo, no agradó nada a Alejandro, pues ahí fue candidato a gobernador y lo será ahora al Senado-, pero nunca se ha dado un veto en ese cargo desde 1997 que iniciaron los Congresos divididos y siempre se ha respetado la decisión de cada partido; además, el costo de hacerlo hubiera recaído en Enrique Peña Nieto, quien ya tiene, como es evidente, demasiados frentes abiertos y está pasando por una etapa de alto desgaste.

La izquierda desperdició una oportunidad de mostrarse, además de defensora del Estado laico, como promotora de las libertades que no sólo le son compatibles sino consustanciales, como son las de conciencia y religión. Lo que volvió a dar la nota fue el conflicto interno, la intolerancia y las acusaciones desmesuradas que claman contra la gran “traición” sin acreditarla. Patético que un medio que se dice democrático niegue el derecho de réplica y, a pesar de que hasta hace poco se decía víctima de calumnias, caiga de manera tan burda en ellas y practique la desinformación dolosa. De pronto, parece como que el adversario principal de este sector intransigente del pejismo son los chuchos y que sólo cuestionan a Peña Nieto por no dejar; que se preocupan más por lo que sucederá después de la elección que por tratar de ganarla, lo que sería una gran irresponsabilidad si se toma en cuenta el riesgo de que el PRI regrese a Los Pinos y obtenga la mayoría en ambas Cámaras, así como la inminencia de una batalla cerrada por el Distrito Federal.

El 2012 será arduo y difícil para la izquierda, y eso le exige altura de miras. Continuar la lucha facciosa en tiempos electorales raya en el suicidio y evidencia que algunos no se han dado cuenta del proceso de autodestrucción en el que cayeron. Es evidente que el odio ciega, aunque pretendan disfrazarlo con su opuesto. Difícil pensar que cambien los fanáticos, pero si su líder no los consecuenta espero que los ponga en orden. Lo que se juega es mucho y muy valioso.

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miércoles, 14 de diciembre de 2011

CARTA AL SUBCOMANDANTE MARCOS

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

14 de diciembre de 2011

Subcomandante Insurgente Marcos:
Presente.

Distinguido Sup:

Hace poco más de seis años, el 18 de agosto del 2005, le escribí una carta en el modesto espacio de “El correo ilustrado” de La Jornada. Usted tuvo la amabilidad de responderla de manera extensa y, para mi pesar, ese periódico ya no me dio la oportunidad de publicar la réplica, misma que tuve que hacerle llegar por otro conducto. En aquella ocasión se acabó el debate por decreto editorial.

Su más reciente misiva al Filósofo y, para mí, muy querido Maestro, Luis Villoro, en el marco de un interesante y valioso diálogo que sostuvieron sobre Ética y Política en la revista Rebeldía, me da la oportunidad de retomar la discusión, en virtud de que en ella aborda, aunque no exclusivamente, el tema de la próxima elección presidencial y, en su Post Data, se ocupa especialmente de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, la cual, como de seguro recuerda, fue el motivo de aquel intercambio epistolar que tuvimos en el año 2005.

En ese entonces, no le reclamé sus cuestionamientos, algunos de ellos justos y certeros, contra mi partido y contra quien era su virtual candidato, sino que los agravios aludidos por usted fueran lo “suficientemente graves” como para no contribuir al triunfo electoral de la izquierda que le daría un nuevo rumbo al país. Su respuesta eludio el sentido del reclamo y fue a todas luces desproporcionada, pues, entre otras cosas, me acusó de despreciar la vida de los indígenas, es decir, de ser racista, lo cual no sólo es una mentira, sino también una infamia, por demás inexplicable, pues usted conoce la participación activa que tuve en la “Caravana Ricardo Pozas” que desde el inicio del conflicto tuvo un papel destacado como parte de la sociedad civil movilizada que exigía “paz con justicia y dignidad”. En su carta, desplazó el punto del debate para pelearse con el fantasma que usted mismo creó.

La cuestión que le planteé hace seis años y que mantiene vigencia frente al próximo proceso electoral es la siguiente: ¿El resultado electoral es importante para el país y para la sociedad, de tal suerte que vale la pena influir en él? Dicho de otra manera: ¿Da lo mismo quién salga triunfador de la elección o, en virtud de males y beneficios, es correcto tomar partido por el mejor o, en su defecto, por el menos malo?

Entiendo su crítica al poder y a quienes lo ejercen o lo buscan, así como la aportación de Luis Villoro a la ética política con la afirmación del “antipoder” que enfrenta abusos, abre espacios de libertad y conquista derechos frente a la opresión; pero eso no excluye la posibilidad de participar en la definición que se da en las urnas sobre la titularidad en el Poder Ejecutivo y, en ese sentido, incidir en la calidad o, si prefiere, el carácter del poder al cual se le hará frente, pues las diferencias existen, aunque no sean tan profundas y notorias como debieran y, creame, yo quisiera.

En el PRD se han dado prácticas y eventos que, en efecto, a los perredistas nos deben avergonzar, mismos que de ninguna manera minimizo. Escribo estas líneas con la indignación de los dos estudiantes normalistas asesinados por policías en Ayotzinapa, Guerrero. Con toda la decepción y el dolor, sin dejar de reclamar justicia y exigir que las autoridades asuman su responsabilidad por el crimen, sigo sosteniendo que el PRD es más que sus errores e incongruencias. Mi partido también ha estado en la trinchera de la sociedad, enfrentando al poder autoritario –aunque en ocasiones, por desgracia, también lo ha reproducido-, logrando conquistas democráticas y derechos ciudadanos, luchando contra injusticias y defendiendo causas valiosas.

Tengo fuertes y profundas diferencias con el candidato presidencial de mi partido, Andrés Manuel López Obrador, pero reconozco que el programa de apoyo a adultos mayores que se implementó durante su gestión, siendo jefe de Gobierno del DF, sirvió para que la sociedad revalorara a sus ancianos. La despenalización del aborto y el establecimiento de matrimonios entre personas del mismo sexo, aprobados durante la administración de Marcelo Ebrard e impulsados por la mayoría perredista en la ALDF, son logros libertarios que reconocen derechos y contrarían a la discriminación.

Es consabido el papel del PRD en la los avances democráticos conseguidos en una transición que, aunque inconclusa, vale la pena defender frente a los ánimos restauradores. Sé, por experiencia, que le molesta mucho que se recuerde que también contribuyó, junto con muchos otros actores, a detener la guerra en 1994, pero no por eso deja de ser cierto –y no lo digo para pasarle la factura. Por supuesto, todo ello no exime al PRD de sus yerros, pero sin duda debe ser puesto en la balanza.

El escenario que tenemos es muy distinto al que se avizoraba en el 2005. Le creo cuando dice que sus críticas a AMLO en esa ocasión se hicieron con la convicción de que él sería el próximo Presidente del país y no para tratar de evitar su inminente triunfo. Lo hecho por sus adversarios, legítima e ilegítimamente, así como los graves errores que cometió el entonces candidato y que, como bien dice, no acaba de aceptar, hicieron que la victoria se le saliera de la bolsa. Absurdo e injusto que se le culpe al EZLN de la derrota, aunque sigo pensando que hubieran hecho bien en apoyarlo entonces.

Ahora las condiciones son muy distintas. El riesgo de que regrese a Los Pinos el PRI con un personaje vacuo y manipulable, pero con un claro proyecto restaurador, y obtenga además la mayoría absoluta en ambas Cámaras es real. Podríamos regresar al país de un solo hombre, al presidencialismo autoritario sin equilibrios y contrapesos, que alienta la corrupción y otorga impunidad a los suyos, lo cual significaría tirar por la borda la lucha de generaciones en México por abrir el sistema y democratizarlo. Conozco sus cuestionamientos a la democracia representativa, a sus limitaciones y a su lógica individualista, pero supongo que compartimos la convicción de que sería peor que regresara la “dictadura perfecta”.

Lo anterior no quiere decir que entonces es deseable seguir como estamos ahora, en ruta imperturbable hacia el abismo -si es que no estamos ya en él. El PAN en el gobierno, además de no cumplir con el cambio que prometió, ha contribuído como nadie a generar una más que explicable decepción social frente a la incipiente democracia que se muestra incapaz de resolver los graves problemas del país. La estrategia de Calderón contra el crimen organizado es un sangriento fracaso y su obcecación por sostenerla amenaza la viabilidad del Estado mexicano; así como la creciente desigualdad social, los insultantes privilegios para una elite, el debilitamiento de las instituciones y la disfuncionalidad del actual régimen político mantienen latente la posibilidad de un estallido social de imprevisibles consecuencias.

¿Qué hacer frente a esa situación? Algunos pudieran pensar que se debe esperar, e incluso contribuir, a que la descomposición política y social se agudice hasta el colapso, pero esa es una apuesta aventurada, en virtud de que podría ser un acontecimiento incontrolado y al final del día salir peor el remedio que la enfermedad, algo que diera pie a la entrada de un régimen abiertamente policiaco, tal y como ciertos sectores retrógradas acarician torpemente como una “solución” a la desbordada inseguridad que se vive en el país. Además, no hay garantía de que finalmente ocurra ese momento de ruptura y mientras tanto la sociedad sufre las consecuencias, pues lo que se busca con dicha estrategia -¿o táctica?- es que la gente por desesperación se rebele, visión que se resume con la frase: “entre peor, mejor”.

Tengo la convicción de que el tránsito, no “hacia el centro”, sino hacia el extremo que López Obrador experimentó después de los traumáticos resultados del 2006 se debió a ese cáculo fallido, al olvido de las urnas para que la definición del poder en el país se tomara en las calles, situación que aprovechó el PRI para reposicionarse electoralmente tras su debacle en aquel año. Ahora AMLO trata de corregir y regresar al lugar del que no debió haberse apartado y, en mi opinión, ese es un acierto, pues le permitirá ser más competitivo el próximo año.

A Lula en Brasil le sirvió moderarse y establecer acuerdos con otros sectores, incluso de derecha, para ganar la elección y luego para encabezar a un gobierno exitoso que, a pesar de los escándalos de corrupción –el carácter corruptor del poder del que han hablado Villoro y usted- resultó benéfico para millones de personas que dejaron atrás la pobreza. Es cierto que lo del ex lider sindical brasileño no fue un zig-zag, no se reinventó de manera tan tajante en los albores de la campaña presidencial, pero es mejor cambiar a mantener una política equivocada que se dirige hacia un fracaso seguro.

Que aplauda la moderación de AMLO, misma que se expresa en la recuperación de planteamientos que hasta hace poco no aceptaba, como el del “pacto nacional” y la “reconciliación”, en su acercamiento a diversos sectores de los que se había alejado en los últimos años, incluyendo el empresarial, y en dejar atrás el lenguaje pendenciero, no quiere decir que suscriba el discurso de la “República amorosa”, que más allá de su sentido propagandístico –el cual suele requerir mensajes simples, superficiales y optimistas- y que pudiera dar buenos resultados -ya se medirá-, tiene claras resonancias religiosas y un tufo conservador que no comparto.

Por supuesto que hay que promover valores en la sociedad y baste ver la barbarie que la violencia desatada en el país nos muestra todos los días con su estela de 50 mil muertos, no pocos de ellos descabezados, desollados, torturados, etc., para darnos cuenta de la imperiosa necesidad de inculcar el respeto por la vida humana y por su dignidad. También, sin duda, sería sano recuperar para el conjunto de la sociedad ciertos valores comunitarios que se expresan en los pueblos indios y que ayudarían a restaurar el tejido social con bases solidarias, lo cual no está reñido, al contrario, con la construcción de ciudadanía. Nadie niega el valor de la honestidad, pero en la vida pública tal valor rebasa al ámbito de la moral y ésta debe, en todo momento, verificarse; de ahí la importancia de la transparencia y la fiscalización para que se cumpla. Más que el “golpe de pecho” que suele servir de coartada a tartufos, se necesita que los ciudadanos adquieran el control sobre sus gobernantes y representantes.

En fin, distinguido sup, me desvié un poco del problema planteado, pero, si no tiene inconveniente, lo retomo para concluir. No todo se decide en las urnas, pero importa al país y a la sociedad lo que ahí suceda, aun cuando las propuestas a elegir disten mucho de ser ideales. Le recuerdo un caso extremo. En 2002, la segunda vuelta en Francia se dio entre dos opciones de derecha, representadas por Jacques Chirac y por Jean-Marie Le Pen, respectivamente. La izquierda francesa hizo bien en votar, incluso con asco, por el primero para evitar que los gobiernara el fascismo.

En México el escenario está entre la regresión, el continuismo y el cambio caudillista, pero éste último controlado por la división de poderes y los compromisos adquiridos que la moderación le ha impuesto. Yo apoyaré éste último por disciplina partidaria, es cierto, pero también por ser la mejor o la menos mala opción, según como se le quiera ver.

Me llama la atención, pero no me extraña, que termine su carta a Luis Villoro advirtiendo sobre el “alud de calumnias” que se le vendrán encima por sus cuestionamientos al “candidato de las izquierdas” cuando la que yo le mandé hace seis años empezaba diciendo que me veía en “el patíbulo de la hoguera moral” por cuestionarlo a usted. La verdad es que entonces no tenía idea del nivel de intolerancia y linchamiento moral al que llegaría un sector de la “izquierda institucional” en estos últimos años. No hay comparación y creame que ahora me siento muy tranquilo porque estoy seguro de que su respuesta, por mas dura y hostil que sea, no se va a aproximar ni de cerca a la rabiosa y fanatizada andanada de insultos y acusaciones alucinantes que con ínfimo alcance intelectual practican las hordas de fieles devotos del caudillo, las “camisas pardas” que menciona en su carta. Lo que sea de cada quien, usted tiene nivel y estilo, y no abarata su discurso para ponerlo a tono de ninguna ortodoxia.

Triste el papel el que ha jugado La Jornada en esa regresión de una parte de la izquierda política al sectarismo setentero con el agravante de la anemia teórica y la pobreza del debate. Se sumó editorialmente a la cruzada contra los herejes que nos atrevimos a discrepar de la estrategia -ahora claramente fallida y, por lo mismo, corregida- del excandidato presidencial tras el 2006. Ha llegado al extremo de censurar a Marco Rascón con el pueril argumento de que no se vale “ofender” a otros editorialistas del periódico, llamándo “intelectuales del obradorismo” a quienes son efectivamente intelectuales del obradorismo. Ya no reconozco al periódico plural, abierto, incómodo al poder, de causas libertarias con el que tanto me identifiqué y con cuya audaz generosidad pude contar en momentos críticos. Ahora hasta litiga en la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra la libertad de expresión.

Está en lo cierto cuando señala que están en aprietos intelectuales los que avalaron la vía extrema y estigmatizaron incluso a aquellos que se “atrevieron” a dar un apretón de manos, un abrazo o un beso a cualquier villano de la clase política, ahora que su candidato cometió el acierto de moderarse y adoptar algunos de los principales postulados de los llamados “chuchos”. Imagino que preferirán no darse por enterados, aunque ese acto de cinismo no se lleve con la honestidad, primer precepto de la llamada república amorosa.

A pesar de nuestras notables diferencias, considero que también tenemos puntos de encuentro, uno de ellos es el respaldo al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y a ese gran ser humano que es Javier Sicilia. El llamado de éste a la reconciliación desde le dolor de las víctimas y a que se atiendan las causas de la violencia con más inteligencia y sensibilidad que fuerza es, literalmente, de vida o muerte. Por cierto, qué le voy a decir, es apremiante organizarse y alzar la voz para defender a los activistas que están siendo atacados. Hay que defender a los defensores.

Me despido, distinguido sup, con la esperanza de tener respuesta de usted, aun cuando ya anunció su silencio. En su brillante libro, “El Poder y el Valor”, Luis Villoro habla de la utopía como “faro guía”, como el lugar que nunca alcanzaremos, pero que nos sirve para evitar extraviarnos y saber si estamos avanzando por el camino correcto, pues de lo que se trata es de acercarnos a ella. Cada paso que demos en esa dirección, así sea pequeño, habrá valido la pena. Desde nuestras distintas izquierdas, pienso, podemos dar algunos pasos juntos, porque estoy cierto de que nuestras utopías no son tan diferentes.

Sin más por el momento, reciba un fuerte abrazo y mis consideraciones.

Fernando Belaunzarán

PD. Sígame en twitter: @ferbelaunzaran. Corresponderé… ;)

miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL CÓDIGO PEÑA NIETO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

La incógnita empieza a dejar su lugar a la certeza. Lo que algunos veían como propaganda adquiere consistencia de realidad. Pareciera que se propuso darle la razón a sus detractores –¿a quién les recuerda?- y no me refiero sólo, o siquiera principalmente, al papelón hecho en la multicitada y tantas veces vista conferencia de prensa en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Enrique Peña Nieto muestra su estilo y su proyecto, su fuerza y sus debilidades, su potencial y sus limitaciones, construyendo, o mejor dicho, reafirmando a un personaje muy parecido a la “leyenda negra” forjada por sus críticos, entre los cuáles me precio estar.

Empiezo por lo anecdótico. En general, Peña Nieto muestra seguridad al desenvolverse, aunque siempre da la impresión que las ideas, propuestas, posicionamientos que expone no son propios; quizás porque no profundiza, porque siempre se queda en lo elemental, porque su popularidad se debe al apapacho televisivo, porque parece recitar un guión aprendido. Cierto, se trataba de una crítica de latido, de percepción, absolutamente subjetiva, pero que ahora toma consistencia al verlo desenvolverse errática y cantinflescamente frente a una pregunta que no contemplaba, cierto, pero que era por demás simple e incluso previsible. Es más, el reportero le hizo una pregunta cómoda, puso el balón en el punto de penal y él no supo ni patearlo. No me extrañaría que la idea del periodista fuera, en realidad, quedar bien con el puntero en las encuestas; eso sí, me queda claro que no fue la de provocarle el mayor resbalón que ha tenido desde que el asunto de la niña Paulette se le descompuso y prefirió archivar el caso.

No es la primera vez que el ex gobernador del Estado de México no sabe responder ante un cuestionamiento fácil. Hace aproximadamente dos años, Jorge Ramos, periodista de Univisión, le preguntó sobre la enfermedad que le causó la muerte a su primera esposa y sucedió exactamente lo mismo. Su figura no resiente: se ve cuidada, estudiada, controlada, lo mismo que su expresión; pero lo que dice pierde sentido y lejos de salir del paso se hunde… sin despeinarse. El pánico escénico ocurre en su cabeza y éste se muestra en el contenido divagante y contradictorio con el que expresa una búsqueda desesperada e inútil para encontrar una respuesta fácil que, sin embargo, no llega a ser pronunciada. Tuvo que volver un año después al mismo programa para que el mismo periodista le hiciera la misma pregunta y no tuviera ningún problema en responderla de manera articulada y convincente.

Enrique Peña Nieto no sólo parece negado a improvisar, también a contestar, incluso con la verdad, cuando lo sorprenden. Como si se bloqueara, como si se preocupara tanto por la imagen, por no mostrar en su rostro o en sus ademanes la duda, que nomás no le llegan las ideas. Me cuesta pensar que no conociera el nombre de tres libros o los motivos de la dolorosa pérdida prematura de su esposa y me inclino por creer que en realidad es un actor que no sabe, y le aterra, despegarse del guión establecido. Con ello se confirma lo que Manlio Fabio Beltrones daba a entender con la importancia del proyecto, de que su partido tuviera un candidato con ideas y supiera hacia dónde debe ir el país. EPN es, sin duda alguna, una imagen muy rentable, pero que carece de sustancia.

De manera natural surge la pregunta de quién gobernaría en realidad el país si ganara alguien con esas características. Pero dejemos a un lado las cualidades o limitaciones personales del candidato que hoy se ve con mayores posibilidades de ser el próximo presidente y vayamos al proyecto que representa. Otro de los señalamientos que hemos hechos sus críticos, es que EPN representa la restauración del viejo régimen. Ante ello, lejos de desmentirlo, parece que la apuesta es asumirlo como virtud. No se ha cansado de decir que la gobernabilidad del país depende de que el partido del presidente tenga mayoría absoluta en ambas Cámaras y eso no puede significar otra cosa que el regreso del presidencialismo omnipotente. El mensaje es claro: lo que se requiere es eficacia y, para ello, se requiere sacrificar los avances democráticos y volver al pasado.

Apuesta por la amnesia, por los muchos nuevos electores que no padecieron al partido de Estado, pero que encuentra eco también por la decepción hacia los partidos que lucharon por la democracia y que no se han distinguido lo suficiente del PRI a la hora de gobernar, mismo que se desgastaron por las estrategias erradas en los últimos cinco años de quienes disputaron la presidencia en el 2006 y cuya polarización subsecuente fue aprovechada por el partido del viejo régimen y por EPN para reposicionarse.

Pero el viejo régimen también se anuncia en las formas. El registro del candidato único para la candidatura del PRI-PVEM-PANAL tuvo toda parafernalia de las unciones producidas por el célebre dedazo. La cargada y el culto a la personalidad regresaron por sus fueros. Pero no sólo volvió la antigua estética priísta, también sus códigos. Que no quede ninguna duda de quién concentra el poder y toma las decisiones. Por eso, Peña Nieto acepta ante los medios el “desgaste” de Humberto Moreira como presidente del PRI, un día antes de que éste presente su renuncia, la cual se hizo inevitable una vez que el candidato se pronunció. Si pudieran decirlo en una consigna sería: “Todo el poder al (futuro) presidente”.

Vemos como el señalamiento a EPN como un producto del marketing sin propuesta propia, dependiente del teleprompter, que no sabe qué hacer o decir fuera del script y que representa el pasado autoritario dista mucho de ser una “leyenda negra”. Voluntaria o involuntariamente, el exgobernador mexiquense está sustentando esa imagen que, si bien no ha permeado aun al grueso de la población, en el llamado “círculo rojo” le costará mucho desmentir, y más ahora después de su tragicómico gazapo en la FIL.

Con el “librogate”, las redes sociales dieron una probadita del peso que han adquirido y de la importancia creciente que van a tener en la medida en que se acerque la elección presidencial. Un espacio al que no se puede controlar y que no dejará pasar nada a nadie, para bien y para mal. El juez más severo en un espacio por fortuna libre, a pesar de los excesos que ahí se dan. No compartí que se atacará -menos aun la saña con la que se hizo- a la hija de Peña Nieto, pues considero que ésta responde a la intención de golpear políticamente al padre. Finalmente ella reaccionó frente a las burlas a un ser querido, reproduciendo un tuit desafortunado de su novio. Me parece que hay que dejar a los hijos en paz, pero, con independencia de opiniones morales, las redes seguirán siendo implacables y más vale que los candidatos se vayan haciendo a la idea de eso y, espero, que ninguno tenga la pretensión autoritaria de querer regular su actividad. Insisto, más vale pagar el costo por los excesos de la libertad que aceptar cualquier tipo de perniciosa censura a la opinión ciudadana en la red.

Que se descubra a la persona de carne y hueso detrás del personaje que los mercadólogos han construido para los candidatos es sano para la vida pública y servirá para que los ciudadanos tomen una decisión más informada al momento de votar. Para ello jugarán un papel crucial las redes sociales. Esto apenas comienza.

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

JUICIO A CALDERÓN

Fernando Belaunzarán
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La situación de inseguridad y violencia por la que atraviesa México es muy grave y delicada; pretender subestimarla no sólo resulta vano ante la magnitud de los hechos sino irresponsable, pues atenderla como amerita debiera ser de absoluta prioridad para todos. Lo que está en juego, aunque buena parte de la clase política -ahogada en su mezquindad- no quiera verlo, es la viabilidad del Estado mexicano y, frente a ello, palidece el resultado de la próxima elección presidencial. En lugar de luchar por las ruinas, resulta apremiante elevar la mira y encontrar caminos compartidos para responder con inteligencia, unidad y fortaleza a este tremendo reto que se nos presenta como Nación.

Eso lo entendió Javier Sicilia y, por lo mismo, en todo momento ha llamado a la reconciliación sin dejar de reclamar con firmeza un indispensable cambio en la estrategia y concepción gubernamental de una lucha contra el crimen que ha tenido magros e incluso contraproducentes resultados, así como el respeto irrestricto a los Derechos Humanos y la satisfacción de justicia a las víctimas de la violencia. La impunidad que se vive en el país es intolerable y para combatirla nadie puede escamotear el derecho que asiste a los mexicanos de acudir a organismos internacionales con el objetivo de que presionen al Estado a cumplir con su responsabilidad de perseguir los crímenes y sancionar a violadores de las garantías fundamentales. De ahí que el movimiento que encabeza haya tenido el acierto de recurrir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Algo muy distinto a lo que se pretende con el llamado “Juicio a Calderón”.

Lo primero que hay que decir es que no hay tal petición de “Juicio a Calderón” en la demanda. Lo que se presentó en La Haya es una solicitud de investigación para que la Corte Penal Internacional determine si el Presidente, los Secretarios de Marina, Defensa Nacional, Seguridad Pública, otro funcionario y/o capos de la droga son responsables de “crímenes de guerra” o de “lesa humanidad”. Aunque resulta evidente que la CPI carece de competencia, si acepta revisar el caso para decidir, es decir, iniciar lo que llama “análisis preliminar” –facultad discrecional del fiscal-, los promotores tendrían el triunfo que buscan, pues el verdadero “juicio a Calderón” es mediático.

Por cierto, hay que decirlo, los demandantes contaron con la inesperada, pero eficaz ayuda del gobierno federal que publicó un desafortunado y visceral comunicado que, además de darle relevancia al asunto, comete el despropósito de amagar con “proceder legalmente” contra los 23 mil ciudadanos signantes. Con independencia de la opinión que merezca el documento interpuesto, lo cierto es que están en su derecho de acudir a esa instancia y sólo un régimen autoritario puede proceder contra alguien que lo denuncia jurídicamente. Y aunque la vocera Alejandra Sota se dio a la tarea de peregrinar en los medios de comunicación para aclarar que el gobierno no hará lo que amenazó con hacer, el daño ya estaba hecho y, como era de esperarse, los demandantes no se dieron por enterados de la retractación.

Ahora bien, que en México hayan promovido una demanda distinta a la que en realidad interpusieron en La Haya –en éste no responsabilizan a Calderón de los 50 mil muertos- da luces sobre el objetivo de esta aventura jurídica y demuestra que los abogados que la promueven están plenamente conscientes de las dificultades que existen para que prospere. En primer lugar, la CPI tiene el principio de complementariedad, es decir, sólo puede ser competente en caso de que no haya instancias judiciales en el país o estás no quieran actuar. Pero el Poder Judicial, si bien está rebasado por la ola de violencia, existe y es independiente. El propio Netzaí Sandoval, uno de los abogados promotores, reclama con razón a Felipe Calderón no haber establecido los protocolos de actuación de los militares en los retenes que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le pidió, pero con eso él acepta que sí hay tribunales no sometidos al Ejecutivo y que están trabajando.

Por otra parte, existen cuatro crímenes tipificados. “Genocidio” que no aplica, pues se refiere al intento de exterminio de un grupo específico de la población, sea racial, étnico o religioso. “Crímenes de guerra” tampoco aplica, pues legalmente, según los criterios internacionalmente convenidos, México no está en guerra ni vive un “conflicto armado”. “Crimen de agresión” menos aplica, ya que éste se refiere al ataque ilegal e injustificado de un Estado contra otro.

Queda “crímenes de lesa humanidad”, el comprende “las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos u otros definidos expresamente, desaparición forzada, secuestro o cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre”; pero, ojo, “siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”.

En México hemos visto crímenes atroces, pero el carácter “generalizado y sistemático contra UNA población civil y con conocimiento de dicho ataque” sólo podría sostenerse en el caso de los migrantes centroamericanos que son agredidos con regularidad para extorsionarlos, reclutarlos o aniquilarlos. Pero la responsabilidad de ello recae plenamente en el crimen organizado que lo realiza, a pesar de que éste haya logrado corromper a agentes del Instituto Nacional de Migración. Es un despropósito quitarles un gramo de responsabilidad a las infames bandas de delincuentes que, entre otras cosas, a eso se dedican y que han convertido el paso por México en un verdadero infierno para miles y miles de personas que buscan llegar a Estados Unidos. El gobierno de Calderón hace bien en combatirlos, aun cuando lo haga de manera deficiente. Recordemos la complementariedad de la CPI y el hecho de que hay procesados por este tipo de agresiones a los indocumentados, de tal suerte que no se ve cómo pueda acreditar su competencia. Es verdad que está lejos de solucionarse este grave problema, pero afortunadamente existe una presión creciente, tanto de la opinión pública nacional como de de la comunidad internacional, para que el gobierno remedie dicha situación.

Es obvio que los promoventes no se plantean que lleguen “cascos azules” a buscar al líder de los Zetas o al Chapo Guzmán. Lo que quieren es un elemento de propaganda para responsabilizar en tiempos electorales a Felipe Calderón de todos los ejecutados durante su sexenio con independencia de que la demanda diga otra cosa. Para eso, como dijimos, les basta con que el fiscal, Luis Moreno Ocampo, determine hacer un “análisis preliminar”, lo cual es su facultad discrecional. Ya lo hizo en Honduras y en Colombia, aunque en el primer país se debió al golpe de Estado que ahí ocurrió y en el segundo por el caso conocido como “los falsos positivos” en el que el ejército de ese país disfrazó de guerrilleros caídos a civiles que ellos mismos asesinaron. Por desgracia para el gobierno federal, el exabrupto en el comunicado de presidencia amenazando a los demandantes de La Haya podría contribuir a que el fiscal acepte realizar el mismo procedimiento “preliminar” en México.

Desde el inicio de su gobierno he sido crítico de la estrategia contra el crimen de Felipe Calderón y considero apremiante que la cambie. Sin duda que es responsable institucional por aplicarla y por no corregirla a pesar de sus malos resultados, pero eso no lo convierte en delincuente, mucho menos en “criminal de guerra” o culpable de “crímenes de lesa humanidad”. La primera razón por la que no me adhiero al “juicio a Calderón” es porque no veo ningún atisbo de justicia y, en cambio, sí de venganza. Brazas del 2006 que siguen encendidas. Nada más que la situación electoral cambió radicalmente y avivarlas tiene beneficiarios evidentes: el PRI y Peña Nieto, quienes van al frente y estarían felices de que la confrontación PRD-PAN regresara a los niveles que ellos supieron aprovechar tan bien y que los reposicionó. La estrategia debe ser para ganar, no para pelear el segundo lugar.

Otra razón por la que no comparto el “juicio a Calderón” tiene que ver con que la Corte Penal Internacional es una institución trascendente, creada por el Estatuto de Roma y establecido contra la opinión de gobiernos autoritarios y la oposición, por no decir hostilidad, de los Estados Unidos que insiste en moverse en la impunidad dentro del concierto de las Naciones. No fue creada para ser utilizada en la lucha doméstica facciosa de un país democrático con todos y sus asegunes. Es una pena que denota la descomposición política de nuestro país que se le pretenda utilizar como elemento de propaganda electoral. Con ese manoseo se le falta al respeto y se le abarata, contribuyendo a desgastar su imprescindible peso político y autoridad moral. Se hizo para cosas grandes, para poner en su lugar a dictadores déspotas o generales inhumanos que cometen crímenes inefables. Sus antecedentes son Nuremberg y Tokio, y se creo pensando en lo ocurrido en Croacia, Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Camboya, Guatemala. La CPI juzgó a Milocevic y ojalá hubiera existido antes para que juzgara a Pol Pot. Es una desproporción alucinante pretender que ocurra lo mismo con Felipe Calderón, el cual está combatiendo a las organizaciones criminales que han mostrado exultantes su brutalidad y salvajismo, aunque lo haga de manera deficiente.

También considero que el problema de la seguridad en México debe verse como un asunto de Estado de primera importancia y que eso obliga a la unidad nacional contra el crimen. Es necesario acordar una nueva estrategia que sea más efectiva, que cuente con una labor de inteligencia que permita dar golpes de precisión, golpear las finanzas de los cárteles y reducir la violencia. Por eso es correcto que los candidatos presidenciales planteen la reconciliación y sería conveniente que los seguidores de cada uno de ellos actuaran en consonancia para no dar mensajes contradictorios y que la gente crea en su autenticidad. Y eso va más allá del proceso electoral. Gane quien gane necesitará del apoyo de todos y de la sociedad para hacerle frente con éxito al crimen organizado. Ojalá, a la luz de la experiencia, se dé el acuerdo para plantear a nivel global, regional, bilateral y nacional la discusión inaplazable de legalizar, es decir, regular las drogas.

Por supuesto, reconozco el derecho que los 23 mil ciudadanos a acudir a la CPI y demandar lo que a su interés convenga y me parecería inadmisible que se emprendiera cualquiera acción legal en represalia contra cualquiera de ellos por parte del gobierno federal. Al parecer, por fortuna, eso no ocurrirá.

Con independencia del derrotero de la demanda en la CPI, los mexicanos tenemos que encontrar solución a una situación intolerable que ha costado la vida a más de 50 mil personas y en donde se muestra el desprecio por el valor de la vida y la dignidad humanas. Decapitados, desollados, secuestrados, asesinatos masivos, torturas y ejecuciones exhibidas por video en la red son botones de muestra de una realidad que duele y desasociega. La impunidad es abrumadora, baste recordar el informe de Human Rights Watch: de un universo de 35 mil asesinatos sólo se ha llegado a condenar a 22 personas. Además, dice el mismo informe, se han incrementado las violaciones a los Derechos Humanos y hay no pocas víctimas inocentes causadas por parte de las fuerzas de seguridad. Es comprensible y compartida la indignación social y la clase política, con participación ciudadana, debe dar respuesta. Pero para ello necesita tener visión de Estado y, aunque sea por sobrevivencia, enfrentar en conjunto el problema antes que buscar capitalizarlo en las urnas. ¿Serán capaces?

PD. Aprovecho para invitarte a la presentación de mi libro "Herejía, crítica y parresía" en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo domingo 4 de diciembre a las 18:30 hrs en el Salón Antonio Alatorre. Participarán el diputado Guadalupe Acosta Naranjo y el Dr Jorge Ortiz

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lunes, 21 de noviembre de 2011

EL NUEVO AMLO

Fernando Belaunzarán
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El cambio surge de la autocrítica, aunque ésta no se haga explícita. Si las cosas funcionan, no hay razón para hacerlas diferente. Se requiere la convicción de que se está mal o de que pudiera estar mejor para correr el riesgo –cualquier cambio lo conlleva- de ser distinto a como se ha sido. El tamaño del giro expresa si son simples ajustes, la búsqueda del perfeccionamiento de un camino ya trazado, o si, en cambio, se pretende transitar por un camino nuevo. El caso de Andrés Manuel López Obrador sorprende por su audacia. Después de cinco años de ser reiterativo y predecible, apuesta a reinventarse radicalmente, no obstante ser el político más conocido del país y sobre el cual pesan, a favor o en contra, opiniones tajantes. Parece difícil, pero el intento de modificar un escenario adverso para poder ser competitivo debe reconocerse, pues implica, además de no da la batalla por perdida, que tiene un principio de realidad que le indica, con razón, que su estrategia seguida en los últimos cinco años resultó fallida.

En el 2006, a AMLO no le faltaban razones para sentirse indignado tras un proceso en el que ilegalmente intervinieron el Presidente de la República y algunas cámaras empresariales para abonar a una campaña sucia y difamatoria que lo identificaba como “un peligro para México”; pero la reacción que tuvo tras los traumáticos resultados no pudo ser más desafortunada a su causa, pues, entre otras cosas, parecía darle la razón a sus detractores e hizo, a los ojos de millones de mexicanos, creíble la imagen pendenciera, autoritaria, obstinada, revanchista e intolerante que crearon de él. Las urnas ya no fueron su preocupación y trabajó para que las calles decidieran la suerte del presidente “espurio” y, en la crisis, emergiera su figura fortalecida para retomar el camino de la “salvación” del país que el “fraude” había interrumpido.

Andrés Manuel lo dijo con todas sus letras el 1o de diciembre del 2006 ante la accidentada toma de posesión del presidente “espurio”: “No habrá normalidad política mientras no haya democracia”, es decir, en tanto se mantuviera el “gobierno de facto”. Por eso, los diputados y senadores de la bancadas más grandes que la izquierda ha tenido en su historia, desde su óptica, no debían servir para impulsar su programa o reformas necesarias para el país sino para obstruir, contrastar y descomponer la situación para un régimen que “no tiene remedio” y que sólo sirve a los intereses de la “mafia en el poder”. Aunque no está demás recordar que ahí está la causa original de la desavenencia de AMLO con los Chuchos, en el papel que deberían desempeñar los legisladores perredistas, lo fundamental para efectos de este análisis es que no hubo tal ruptura constitucional y que Felipe Calderón terminará su sexenio entregando la banda presidencial al candidato que gané la contienda electoral del próximo año. Y si el objetivo ya no se cumplió, se necesitaría algo más que obstinación para mantener una estrategia pensada para la insurrección, así sea “pacífica”, y no para hacer proselitismo electoral.

Muchos recuerdan los buenos resultados electorales, el despunte que tuvo el PRD, cuando Andrés Manuel López Obrador y Jesús Ortega eran Presidente y Secretario General de ese instituto político. Pero lo primero que hicieron fue quitarle la imagen de rijoso al “Partido del Sol Azteca” y lo segundo hacer alianzas con los entonces estigmatizados “ex priístas”, pero esto último es otra historia. Si algo sabe AMLO es que la confrontación exaltada, más aun la que es llevada al terreno de la acción callejera, resulta contraproducente en los comicios. No por nada, cuando Fox junto con su partido y el PRI cometieron el despropósito de desaforarlo, él llamó explícita y enfáticamente a no tomar calles, avenidas, casetas y edificios públicos. Ese acierto, aunado a que se ganó el debate en la opinión pública, hizo retroceder al gobierno y lo puso con un pie en Los Pinos. Eso provocó en él un exceso de confianza que lo llevó a cometer graves errores, pero eso también es otra historia. El caso es que en el movimiento poselectoral de 2006 decidió cerrar la avenida más emblemática del corazón del país porque su apuesta para disputar el rumbo de la nación dejó de ser, al menos prioritariamente, electoral.

Las consecuencias fueron inmediatas. Después de arrasar en julio de 2006, en ese mismo año, la izquierda apenas pudo vencer en Chiapas (septiembre) y en Tabasco, la tierra de AMLO, perdió (noviembre). Después de encabezar el rechazo ciudadano por años, el PRI y Madrazo fueron desplazados de ese lugar por los partidos del entonces llamado Frente Amplio Progresista y por su excandidato presidencial, quien durante mucho tiempo dominaba las encuestas.

Ahora bien, quien aprovechó esa circunstancia en los comicios subsiguientes no fue el PAN sino el PRI, pues el gobierno de Felipe Calderón, deseoso de una política que lo legitimara tras las elecciones cuestionadas, se metió en el pantano de la “guerra” y, lejos de dar la impresión de imponer orden, se vio rebasado por la violencia. Si a eso le agregamos la crisis, el desempleo, la desigualdad, etc., pues entenderemos que se volvió un pasivo electoral que debió ser capitalizado por el principal opositor, como sucede en todo el mundo, pero en México no sucedió así y el partido que estaba en el sótano en 2006 y que muchos dudaron de su viabilidad futura resurgió. El espacio que dejó López Obrador en su aislamiento se llenó con la imagen de un personaje de escasa o, al menos, desconocida sustancia gracias a una campaña mediática bien diseñada por la televisora más influyente del país. Así fue como Enrique Peña Nieto se aprovechó de las dos decepciones: hacia el gobierno rebasado de Calderón y hacia la oposición beligerante y rupturista de AMLO.

De poco sirve lamentarse de los errores pasados, pero sirve conocerlos para entender qué pasó, saber dónde estamos y buscar no cometerlos en el futuro. Al escuchar el discurso actual del “Nuevo AMLO”, es evidente que él es plenamente consciente de ellos y por eso su cambio es tan abrupto y, en mi opinión, hacia la dirección correcta. Su brusco viraje hacia la moderación hace palidecer las diferencias, antes nítidas, con los Chuchos y otras corrientes perredistas. Sus llamados a la reconciliación, a ver hacia delante y a lograr un “pacto nacional” son los mismos que machaconamente hizo Jesús Ortega al frente del PRD. Ahora, para López Obrador los “moderados” ya no son “conservadores más despiertos”, pues asumió varias de sus tesis y propuestas fundamentales. Aunque algunos se molesten, resulta notorio, para cualquier observador de criterio independiente, el achuchamiento de AMLO.

Para ser honestos, López Obrador incluso va más allá. Su audacia lo llevó a plantear una idea provocadora, en el mejor sentido de la palabra, que si bien ha servido para la carrilla, puede ser atractiva en estos momentos de zozobra y desamparo para millones de personas. Me refiero a su propuesta de la “república amorosa”. Cierto que parece anticlimática tras cinco años de confrontación rabiosa, incluso dirigida contra los que dentro de la izquierda discreparon de su estrategia, pero nadie puede dudar de la capacidad de comunicación que posee AMLO y que ha demostrado en distintos momentos. Su reto es ser creído después de toda el agua que ha corrido, pero sería un error desestimar sus posibilidades conseguirlo.

La “república amorosa” no está dirigida al Círculo Rojo, aunque ahí ha generado cierta expectación por lo sugerente del concepto. Y ya tuvo un primer éxito al hacer que todos discutan sobre ella, así sea para burlarse, pues eso permite que baje la frase a otros estratos con mayor facilidad. Por supuesto, para que tenga éxito necesita de los medios masivos de comunicación y, en ese sentido, es muy afortunada para él –y también para la empresa que busca aceptación de todos los actores para dar cuenta del proceso con credibilidad- su reconciliación con Televisa.

AMLO llegó a un punto en el que su viejo discurso ya es incompatible con lo que ahora quiere proyectar. O Televisa dejó de ser de “la mafia en el poder” o acepta que se debe pactar con una parte de ella, lo cual rompe con la mística que hizo de los “principios” como guardianes de la pureza y se cae en el campo de la “traición”. Hace apenas unos meses decía que no podía haber alianza en el Estado de México con el PAN porque no se podía “olvidar” quiénes le habían “robado” la presidencia, pero ahora le propone a Calderón “borrón y cuenta nueva”. Hay que resaltar que en su nuevo discurso ya no está el “fraude” de 2006. No es para nada exagerado hablar de la reinvención de López Obrador.

En la lógica de recuperar la esperanza que desató en la elección anterior, lo han llevado a cometer algunos traspiés, como prometer cuatro millones de empleos en un mes o retirar al ejército en seis. Pero ahora no se obstina, mide las reacciones y recapacita. Si con Carmen Aristegui las soltó en la mañana, con López Dóriga en la noche prefirió ya no hacerlo. Algo similar sucedió con la idea de juanitizar a los presidentes de los partidos para que sean sparrings ficticios y tener acceso a los tiempos de precampaña. El nuevo AMLO sabe rectificar y esa es una agradable sorpresa.

Claro, mantiene una línea discursiva de que la elección es una disyuntiva entre la “salvación” o seguir en la “decadencia”, pero lo hace sin la agresividad de antes y con la apuesta de polarizar en las preferencias electorales con el candidato virtual del PRI y afirmarse como el que representa el cambio, pues no olvidemos que ese partido es oposición y, como dijimos, está capitalizando la molestia con la situación actual. La estrategia es clara: ubicar a Peña Nieto como continuidad y dejar al PAN en un lejano tercer lugar para convertir la elección en un plebiscito entre seguir como estamos o cambiar con él. Está por verse que le salga, pero al menos está sacudiendo el tablero de un juego que, como estaba, no podía ganar.

Justo es decir que hay una faceta del nuevo AMLO que genera escozor en la tradición de izquierda. Me refiero a las resonancias religiosas de su mensaje. Si bien nunca ha sido un secreto su religiosidad y en mayor o menor medida se traslucía, ahora la manifiesta de manera explícita. López Obrado afirmó hace poco que la solución a los problemas del país está en que “la sociedad sea más cristiana y punto”. Nadie puede oponerse a que se promuevan valores y en diagnosticar que la ausencia de éstos ha contribuido a la generación de muchos de nuestros problemas, entre otros, el salvajismo del crimen o la corrupción a todos los niveles del servicio público y privado, pero eso no debe llevar a impulsar una religión particular, por más respetable y popular que sea. Es sano que haya una frontera entre la vida pública y la religiosidad y es un expediente muy peligroso abrirle la puerta a que la devoción sea un elemento de proselitismo. Y en el plano de los resultados, la derecha tiene mucho más que ganar –conceptual, cultural y electoralmente- si eso se permite. Ojalá, en este punto, también rectifique.

Hay que decir que la declinación de Marcelo Ebrard por Andrés Manuel, y más aun cuando la quinta y decisiva pregunta estaba en el margen de error, fue un gesto que mediáticamente resultó muy favorable a la izquierda, pues dio la nota al definir la candidatura y frustró el conflicto anunciado. Además, mató la nota por la dolorosa perdida del simbólico y emblemático bastión de Michoacán a manos de los vientos restauradores que corren en el país y retomó la ofensiva, imponiendo la agenda de una semana en la que, sin duda, el tema central fue el de la “república amorosa” y el nuevo AMLO.

La izquierda tiene ya un “candidato único”, pero falta construir la unidad. Todos deberá aportar para sanar heridas y trabajar juntos hacia delante, pero el que tiene mayor responsabilidad en eso es el candidato que debe tender puentes e incluir a todos si es que efectivamente, como así parece, le interesa ser lo más competitivo posible. El balón está en su cancha y pronto se verá que tanto quiere contar con la el PRD, más allá de sus siglas. Por hacerlo a un lado en 2006 se cayó la estructura electoral y es obvio que MORENA ha estado lejos de dar los resultados que con tanto ruido presagiaron en las últimas elecciones.

Durante los últimos cinco años he sido crítico de la estrategia asumida por López Obrador y, como militante perredista, hubiera preferido tener de candidato a Marcelo Ebrard. Las razones las expuse con prolijidad en mis textos e intervenciones públicas. Como demócrata acepto el resultado de una procedimiento que avalé, pero eso no cambia mi forma de pensar y, por lo mismo, no me retracto de las afirmaciones que hecho respecto al virtual candidato de mi partido, si bien reconozco, como siempre lo he hecho, que puedo estar equivocado. Mi respaldo a la candidatura de Andrés Manuel será crítico y constructivo. No aspiro a ningún puesto en un eventual gobierno encabezado por el Peje, pero haré lo que esté de mi cuenta para que, sin afectar mis convicciones, gané la elección. Me agrada su cambio. El “nuevo AMLO” asume algunas de las posiciones más importantes que he defendido en estos años. Como muchos, me pregunto si es genuino y sincero al plantearlas y si los ciudadanos le van a creer, pero, de la misma forma que él le planteó la reconciliación a Televisa cuando le ofreció su “mano franca” a Joaquín López Dóriga, yo también le ofrezco el beneficio de la duda…

PD. Presentaré mi libro, "Herejía, crítica y parresía", el próximo miércoles 23 de noviembre,18 hrs, en el Museo Memoria y Tolerancia, en la Plaza Juárez, Centro Histórico, frente al Hemiciclo a Juárez, a lado de la SRE. Lo presentarán el Dr Agustín Basave, el Diputado Javier Corral y el ex Presidente Nacional del PRD, Jesús Ortega Martínez. Habrá vino de honor.

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lunes, 7 de noviembre de 2011

LA ENCUESTA DE LA IZQUIERDA

Fernando Belaunzarán
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La izquierda define a su candidato presidencial antes de que las precampañas siquiera hayan iniciado formalmente. La premura se debe a que la decisión tomada va más allá del mejor candidato, pues en realidad se estaría resolviendo la estrategia a seguir según las condiciones, posibilidades y objetivos de quien salga como “mejor posicionado”. Aunque son los mismos partidos los que apoyarían, tanto a Andrés Manuel López Obrador como a Marcelo Ebrard, la contienda sería muy diferente si es uno o el otro.

La urgencia está ligada a un plazo legal. El 18 de noviembre deben registrarse los convenios de coalición en las diferentes elecciones federales del próximo año (presidente, senadores y diputados) y la política de alianzas es fundamental para tener éxito en lo que se busca, lo cual está íntimamente ligado a lo que se puede. Es ahí donde está la disyuntiva de tener a un candidato para cultivar el voto duro de la izquierda, pero con muchas dificultades de trascenderlo por su alto rechazo, o bien a alguien que pueda atraer con mayor facilidad a los independientes e indecisos, contar con el voto conocido como “switcher”, para construir el polo que le dispute la nación al proyecto de la restauración que hoy parece gozar de la mayoría de las preferencias. Para decirlo con claridad: lo que se dirime es si la prioridad para la izquierda en 2012 es construir una nueva organización política o disputar el rumbo de la nación.

AMLO mantiene un respaldo importante y sólido, pero muy por debajo de lo que llegó a tener en 2006 y, para su desgracia, con una enorme dificultad para recuperar lo perdido. Me refiero a su alto voto negativo, al grado de que su rechazo es mayor que su aceptación: uno de cada tres ciudadanos afirma que nunca votaría por él. Es una loza imposible de remontar en el corto plazo, aunque hay que reconocer el enorme esfuerzo que está haciendo por verse moderado y cambiar su imagen. Pero como se trata de un personaje con enorme peso específico y, sin duda, el más conocido del país, resulta muy complicado modificar la percepción social que se tiene sobre él. Eso explica por qué, a pesar de ser el único de los precandidatos de todos los partidos en salir en spots de radio y televisión -más de un millón- no ha podido disminuir sus negativos de manera relevante. Por eso mismo, en caso de que la elección se polarizara entre Peña Nieto y López Obrador, cuesta trabajo pensar que el voto útil del electorado panista se pudiera ir hacia el político tabasqueño, a diferencia de lo que sería si el candidato fuera el actual jefe de Gobierno. Así como existe el voto antipriísta, también existe el voto antipejista, el cual, según encuestas, es hoy mayor.

Cualquier análisis frío de las tendencias hoy establecidas nos dice que AMLO tiene un techo que le impide, en la elección del 2012, pensar en ganar; menos aun si la elección se polariza en dos, pues el voto útil no lo beneficiaría. Si algo quedó demostrado en el Estado de México es que en estos momentos no le basta ir unida a la izquierda para pensar en ganar. No obstante ello, López Obrador quiere ser candidato, no para ganarle a Peña Nieto –fuera de sus posibilidades- sino para construir a MORENA como partido político a partir del 2013. No en vano reitera, una y otra vez, la importancia de ese “movimiento” que “cambiará a México desde abajo”. En esa perspectiva, trataría de argumentar que no fue un fracaso perder la elección presidencial después de sostener que en la pasada se le arrebató el triunfo por “fraude”, pues de la lucha de esos años surge la organización que, según sus cálculos, representaría a la izquierda en las batallas futuras. Un plan que, dadas las condiciones actuales del político tabasqueño, le sería muy redituable, pero que tiene un defecto: deja el camino libre al PRI y a Enrique Peña Nieto hacia Los Pinos, con el riesgo real de que se restaure el viejo régimen, o mejor dicho, para usar la analogía que él ha usado, que regrese Santa Anna al poder. Un costo muy alto para el país que no lo vale ningún proyecto personal, así sea el de aquél que piensa estar destinado a salvar a México.

Si lo que se busca, más que ganar la elección, es conformar y consolidar a la “izquierda verdadera” en una organización, entonces las alianzas, en cualquiera de sus ámbitos, deben circunscribirse a esa parte del espectro político, pues la identidad y el contraste con otras opciones resultaría fundamental. Por eso la insistencia de AMLO en no abrirlas con el PAN en ningún ámbito, a pesar de que el PRI amenaza no sólo con ganar la presidencia sino también la mayoría absoluta en ambas cámaras, lo que, por cierto, ha defendido el peñanietismo como condición de gobernabilidad. Con los números de 2009, es decir, sin “efecto Peña Nieto”, el PRI ganaría en 255 distritos electorales de 300. Sobra decir que con ello regresaríamos al país de un solo hombre, a la llamada Presidencia Imperial, y la lucha de generaciones por democratizar al país se habría desperdiciado.

Si la encuesta, como parece, la gana Marcelo Ebrard, la apuesta es otra: Trascender el voto de la izquierda para construir una mayoría electoral que pueda enfrentar con éxito a las fuerzas de la restauración. No se ve fácil, pero está lejos de ser imposible. Muchos mexicanos podrían reconocer en él la posibilidad no sólo de derrotar al PRI sino de hacer la transición por la izquierda ante los dos sexenios panistas que no pudieron cumplir con las expectativas de cambio. Por supuesto, una izquierda incluyente, tolerante, moderna, desprejuiciada que, como ocurrió en Brasil, Uruguay o Chile, sepa sumar y conciliar con otros sectores de la sociedad. De hecho, el compromiso de Ebrard con los gobiernos de coalición y con la separación del Poder Ejecutivo en jefe de Estado y jefe de Gobierno apuntan en esa dirección.

Esa lógica distinta también de reflejarse en la política de alianzas y al menos conformar coaliciones legislativas amplias, no sólo para evitar el riesgo de terminar con la división de poderes a tan sólo tres lustros de que naciera sino para revertir la percepción de que la elección ya está decidida y el resultado es inevitable a favor de la regresión autoritaria.

Paradójicamente, la eventual candidatura de Marcelo Ebrard podría significar una oportunidad preciosa para Andrés Manuel, ya que el simple reconocimiento de que otro distinto a él fuera candidato sería una prenda incuestionable para demostrar que, en efecto, no es como lo pintan y que es capaz de aceptar sus derrotas y poner por delante el interés general. Si quiere, en verdad, combatir el rechazo ciudadano y reinventarse para tener posibilidades en el futuro, levantarle la mano a Marcelo sería lo más convincente que pudiera hacer.

La diferencia esencial en la definición sobre la candidatura presidencial de la izquierda es si se arroja la toalla frente al PRI en 2012, optando por construir algo nuevo –con Barttlet y Bejarano- para disputar el 2018 -si es que el retorno al poder de ese partido abre tal posibilidad- o se busca crear un polo competitivo frente al partido del viejo régimen, que esté comprometido con los avances democráticos y con la transición no concluida ni consolidada, y que al mismto tiempo establezca políticas de crecimiento y justicia social que urgen en el país. Como dijo hace poco Enrique Krauze, falta una nueva alternancia y ahora debe ser por la izquierda. Ahora sí que por el bien de todos, que la encuesta la gane Marcelo Ebrard.
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miércoles, 26 de octubre de 2011

EL PRD Y SUS ELECCIONES

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

No hay que buscar justificaciones en lo que no puede tenerlas. Tampoco sería correcto alegar atenuantes después de su continua repetición. Las elecciones internas en el PRD, con independencia de la estridencia mediática de los conflictos que provocan, distan mucho de cumplir con los parámetros democráticos que debieran exigirse quienes han hecho de la lucha por la democracia su principal bandera y han tenido no pocos éxitos en esa materia en el país, obteniendo de esa historia buena parte de su capital político y legitimidad social. Es una negación de sí mismos, incongruencia indefendible que debe cuestionarse, analizarse y resolverse, pues es una vergüenza pública que siempre se den hechos que, si bien no deben generalizarse, son inaceptables y que, además de dañar la imagen del partido, sólo benefician a sus adversarios, entre ellos, a quienes buscan restaurar el viejo régimen autoritario. Tal autocrítica indispensable, que alcanza a todas las corrientes perredistas, no debe impedir distinguir a quienes apuestan, por cálculo, a la crisis.

Ha sido más fácil derrotar al PRI en las urnas que en la cultura. Los vicios acumulados en los 70 años del priato no han dejado de ser reproducidos, en mayor o menor medida, por las opciones que con mucho esfuerzo se abrieron paso para lograr la alternancia municipal, estatal y nacional. Educar para la democracia es una tarea de primera importancia, tanto para el sistema educativo, como para las instituciones democráticas, las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos, los medios de comunicación, etc., y sin embargo se ha cumplido de manera muy pobre y, a todas luces, insuficiente. Si lo menciono no es para exonerar a los que hacen actos fraudulentos, practican el clientelismo o toman instalaciones para impedir elecciones sino para dejar asentado que la democracia sólo será formal mientras no se construya ciudadanía y eso implica, en los partidos, formar a sus dirigentes y militantes con valores democráticos y trascender de esa manera la sórdida lucha por cargos y candidaturas que tienen poco que ver con proyectos e ideas.

Ayudaría para subsanar el déficit cultural de un país gobernado por el autoritarismo durante décadas que estructuralmente existieran las salvaguardas para garantizar procesos democráticos. El PRD cuenta con estatutos, reglamentos y órganos adecuados para ello, pero de poco valen cuando éstos son conformados por las mismas corrientes que compiten y que prefieren colocar cuadros que defiendan sus intereses facciosos en lugar de personas independientes y con autoridad moral reconocida por todos. Si la salida planteada ante la ausencia de “incuestionables” era la de vigilarse mutuamente, eso no ha funcionado y el jaloneo por tomar decisiones, no con base en criterios técnicos sino facciosos, es lo que explica la falta de acuerdos y la tensión permanente en los servicios electorales. Además, la correlación de fuerzas del partido en muchas regiones no corresponde con la composición establecida a nivel nacional y la pluralidad muchas veces no cabe para ser incorporada en la organización de los comicios, con lo cual se rompe la equidad, pues sólo unos candidatos o planillas participan también en la organización de las votaciones, y es un foco de mucha desconfianza.

Una solución en ese sentido, propuesta que serviría para todos los partidos políticos –no olvidemos que las instituciones democráticas tutelan los derechos políticos de los militantes- sería que el IFE organizara las elecciones internas de los institutos políticos, sufragadas por éstos mismos, para terminar con el mal de que los jueces sean parte de los procesos electivos. Entiendo que eso no entusiasmaría mucho a los Consejeros y que tiene sus riesgos, pero de esa manera se cumpliría, más allá de simulaciones, los principios democráticos que la Constitución obliga a los partidos. La nefasta paradoja es que salen ganando aquellas organizaciones políticas que deciden a sus candidatos con métodos autoritarios.

Es injusto decir que todas las elecciones del PRD han sido iguales, pero fuera de la que decidió la candidatura a jefe de Gobierno en 1997, entre Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, ninguna podría enorgullecer a los perredistas, entre otras cosas porque muchos votantes no llegan por su propia decisión sino que son “movilizados” a las urnas debido a prebendas entregadas. El clientelismo priísta ha sido reproducido por todos los partidos, incluyendo en el que está en ciernes llamado “Morena”; una derrota cultural de la democracia en México que nadie combate en serio y que pervierte terriblemente los procesos electorales. Pocas cosas retratan de mejor manera el cinismo de la clase política que la crítica a la dádiva ajena.

Como no es el convencimiento lo que determina el resultado sino el tamaño de las clientelas, las contiendas han ido perdiendo contenido programático. Ideas y propuestas pasan a segundo término y los debates, cuando los hay, son puramente testimoniales. Grave falta, no sólo porque la ausencia de pensamiento promueve al pragmatismo hueco, ni porque el compromiso que no está sustentado en un proyecto es efímero y quienes apoyan a un partido por interés pueden cambiar de militancia por la misma razón, sino porque no hay democracia posible sin programas que se contrasten.

Por si eso fuera poco, las pasadas elecciones internas que sólo determinaban consejeros y delegados bajo el principio de representación proporcional se dan en un contexto peculiar, pues existe la intención de algunas corrientes del partido, aquellas identificadas con Andrés Manuel López Obrador, de agudizar la crisis en el PRD. No es casual que sean afines a su candidatura quienes fueron al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a demandar la renovación de los órganos en momentos por demás delicados ni que Dolores Padierna, no obstante ser Secretaria General, insista declarar contra su partido y exhiba un ánimo faccioso nunca antes visto en alguien que haya ostentado tan alto cargo. En lugar de cuidar la imagen del partido que dirige, Padierna, cercanísima a René Bejarano, muestra ostensiblemente que eso es lo que menos le importa. ¿Por qué? Porque el PRD ya no es su proyecto político. Ella y su corriente están de cabeza construyendo a “Morena” y no le incomoda que el partido del sol azteca se debilite, pues de cualquier manera su otra organización está también en la mesa y piensan que entre más débil esté, más fuerza tendrá AMLO para imponer sus condiciones. Visión miope, limitada e irresponsable que escupe al cielo, lastima la campaña en Michoacán, tira la toalla en la elección presidencial y pone en riesgo incluso la permanencia de la izquierda al frente del gobierno del DF.

Es verdad que el grupo que tomó las oficinas del Servicio Electoral para impedir la elección en el DF no es de la corriente de Bejarano, pero sí que éste llevó las cosas a tal punto de tensión, llevando al órgano electoral a rebasar todos los tiempos para la ubicación de casillas y nombramiento de funcionarios y vendiendo la falsa idea de que iba a ser una medición de fuerzas entre López Obrador y Marcelo Ebrard, que generó un ambiente de incertidumbre y provocación. Al margen de esas consideraciones, resulta injustificable la acción porril e irresponsable de quienes asaltaron el lugar donde estaban los paquetes y deben ser sancionados por ello, pues la impunidad es una de las causas de que no se hayan podido corregir las diversas anomalías que persiguen a las elecciones internas perredistas.

Con absoluta independencia de la corriente que vaya a obtener el mayor número de delegados y consejeros, los hechos ocurridos el pasado domingo 23 de octubre hicieron que el perdedor fuera el PRD en su conjunto. El problema, dilema, acertijo, es cómo corregir teniendo dentro a los que comparten la idea de que ese partido debe perecer para que “Morena” pueda tomar su lugar. Al parecer no es la presidencia de la república lo que el lopezobradorismo quiere pelear en el 2012 sino la hegemonía en la izquierda. Eso significaría, por supuesto, dejarle el camino libre al retorno del PRI con sus ansias restauradoras y a Enrique Peña Nieto, el verdadero ganador del conflicto perredista.

martes, 18 de octubre de 2011

GRANADOS CHAPA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Lo traté poco, pero lo leí mucho. No es extraño, pues desde siempre me reconocí en su vena polémica, en su actitud de asumir posición frente a (casi) cualquier tema y defenderla con pasión e inteligencia. Abrazaba causas y, si bien filias y fobias llegaron a traslucirse en sus escritos, siempre apostó al argumento, al razonamiento, al rigor de la información y el análisis, en síntesis, a convencer. Eso no lo hacía infalible, pero sí un periodista que nos invitaba a pensar todos los días y eso no es poca cosa. Al contrario.

Miguel Ángel mostró una impresionante dinámica de trabajo sin demérito de la calidad. Hombre infatigable con evidente obsesión por explicar. Cuando uno lo escuchaba podía confirmar lo que denotan sus escritos y que quizás fue tomado de su madre, maestra de primaria: su interés didáctico. Por eso se mostraba meticuloso y hacía uso cotidiano de su prodigiosa memoria para traer a cuento información pertinente. Aventuro a decir que su periodismo era pedagógico, que siempre buscó, así sea de manera implícita, educar y formar a sus escuchas o lectores.

Nada sería más contrario a lo que fue su vida y obra que hacer de Miguel Ángel Granados Chapa un oráculo para develar “la verdad” de lo acontecido. Sin duda que su atenta mirada fue certera en muchas ocasiones, pero el pensamiento crítico no aspira a generar artículos de fe, pues eso significa negarse a sí mismo. Por supuesto que su columna y sus libros son herramientas valiosas para entender al México de las últimas cuatro décadas, pero deben someterse igualmente al ojo crítico. Aprender de Granados Chapa es no dar nada por sentado.

Coincidir o discrepar fue siempre el dilema ante cada texto del Maestro, pues era difícil no tomar partido. Granados Chapa no le daba la vuelta a los temas y los abordaba tomando e incluso resaltando sus filos polémicos. Pero dándole o quitándole razón, lo que se debe reconocer que no improvisaba, que sustentaba sus opiniones de manera inteligible, incluso aquellas que le hubiera costado mantener tras una réplica.

Un aspecto esencial en Miguel Ángel Granados Chapa fue la dimensión ética de su trabajo periodístico. Podía ser indulgente o implacable, manifestar simpatías o antipatías, pero siempre decía su opinión con valentía y franqueza. Era más que conocida su cercanía con Andrés Manuel López Obrador y si, a mi modo de ver, eso lo llevó en ocasiones a descalificar de manera injusta a los que no coincidían con éste, no lo limito para mostrar sus discrepancias con el tabasqueño, no obstante que en el círculo del ex jefe de Gobierno suelen ser intolerantes a cualquier atisbo de crítica.

En ese sentido sobresale la oposición de Granados Chapa al Plantón de Reforma, pues era un momento crítico y AMLO estaba en la cima de su poder. Considero que la historia le dio la razón, pero eso es lo de menos. Mostrar su desacuerdo ante una decisión de gran calado en pleno conflicto poselectoral tomada por su amigo y líder indiscutido del movimiento demuestra la honestidad intelectual e independencia de criterio del periodista que nunca tomó el camino fácil de esconderse tras la engañosa “neutralidad”. Su apoyo a las alianzas PRD-PAN cuando el lopezobradorismo, y el propio Andrés Manuel, acusaban de “traidores” a los perredistas que las impulsaban, así como suscribir la propuesta de “gobierno de coalición” que el tabasqueño descalifica como una “simulación” expresan lo mismo, pero el escenario límite que se vivió en 2006 resalta la entereza e integridad de Granados Chapa que bien podría analogarse con la parresía griega.

Hará falta en la vida pública de México la voz y la pluma de Miguel Ángel Granados Chapa, así como su lucha por la justicia, la democracia, las libertades, los derechos humanos. Mis condolencias a su familia -a sus hijos, Luis Fernando y Tomás, tengo el gusto de conocerlos y apreciarlos- y a sus lectores, entre los que me incluyo. Considero que el mejor homenaje que podemos hacerle y que tiene que ver directamente con su legado es forjar nuestra opinión y sostenerla con conocimiento, información, honestidad y valentía. Decir, pues, lo que uno piensa sin importar que ello incomode. En una frase: ejercer la libertad de expresión.

martes, 11 de octubre de 2011

LA DEGRADACIÓN DEL IFE

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Lejos de consolidarse, la democracia mexicana vive momentos críticos. No sólo la pluralidad está en riesgo con la añoranza autoritaria poco disfrazada del virtual candidato presidencial del partido del viejo régimen -quien sostiene abiertamente que al Presidente se le debe dotar de una mayoría artificial en ambas Cámaras para tener un “Estado eficaz”- sino también corren peligro las instituciones democráticas que se construyeron y que, por desgracia, lejos de fortalecerse con el tiempo se han ido debilitando y, aunado a ello, perdiendo credibilidad.

La competida y enrarecida elección del 2006 con sus cuestionados resultados fue una dura prueba para el IFE, cuyo Consejo General no supo responder con la prontitud y la firmeza necesarias y el proceso lo rebasó. A eso contribuyó su mal de origen, el no haber sido nombrado por consenso como sucedió con el de Woldenberg, y porque a la fuerza que se sentía agraviada se le marginó. Cierto que hubo algo de responsabilidad en la negociación que, por parte del PRD, llevaron Pablo Gómez y Emilio Zebadúa, primero por vetar a Diego Valadés como presidente –craso error- y luego por aferrarse a que repitiera Jesús Cantú –peor-; pero eso no absuelve a Elba Esther Gordillo ni a otros personajes que operaron una “plancha” contra el partido más importante de la izquierda, el cual, en ese momento (2003), contaba con quien ya despuntaba en las encuestas rumbo a la sucesión presidencial, Andrés Manuel López Obrador, restándole así autoridad moral al árbitro.

Ahora bien, más allá de quienes integraron el IFE y de la exclusión de una fuerza importante, en 2003 se inauguró el “cuotismo” para integrarlo y, con ello, se diluyó algo de su independencia y, por ende, de su fuerza. Pemexgate y Amigos de Fox persuadieron, sobre todo al priísmo, de desconfiar de la autonomía del órgano. Al pactar su renovación, la práctica del ”cuotismo” prevaleció, aunque sería injusto meter a todos en la misma bolsa. Hay consejeros que votan de manera diferenciada y han llegado a hacerlo en contra de los intereses del partido que los propuso, pero hay otros que siempre lo hacen en bloque y nunca han avalado una decisión que afecte a quien los promovió -este es el caso de los propuestos por el PRI.

En cualquier caso, si en el 2006 se vio a un IFE pequeño y timorato, el que tenemos hoy adolece de lo mismo y, peor aún, estando incompleto y desgastado por un TEPJF que ha brillado por su inconsistencia y sometimiento a poderes fácticos, además de verse grotescamente favorable a los intereses del priismo, y para muestra el botón de la delirante resolución en contra de los precandidatos que debatieron en Nayarit. Es tal su debilidad que un precandidato construyó su imagen al cobijo de la televisión y otro ha salido en más de un millón de spots en radio y TV y no se dan por enterados que deben cuidar la equidad en la contienda y el respeto a la ley. En ese contexto, es que el PRI pretendió darle otro golpe a la credibilidad del instituto, haciéndose de su control con el nombramiento de dos consejeros afines en una terna que, por fortuna, no alcanzó la mayoría calificada.

Sorprendió la actuación de los partidos y los diputados cercanos a López Obrador que se prestaron no sólo a la estrategia priísta de apoderarse del IFE sino que también reproducía lo acontecido en 2003 con el agregado de que ahora se excluiría no sólo al PRD sino también al PAN, aunque le pusieron a éste el anzuelo de recuperar a David Gómez que ese partido había propuesto en la Comisión de Gobernación de la Cámara de Diputados. Desde una semana antes, el antiguo Convergencia y hoy Movimiento Ciudadano se sumó a dos propuestas del PRI y el PT a otra. Durante más de un año, esos partidos se negaron a respaldar a un personaje de probada independencia y enorme autoridad moral como Emilio Álvarez Icaza; incluso algunos de sus legisladores se jactaron con periodistas de un infame veto en su contra por parte de AMLO por haber hecho recomendaciones en contra del Plantón de Reforma como Presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, en donde, por cierto, tuvo una muy destacada labor.

Es evidente que hubo un acuerdo entre el PRI y los partidos aliados al político tabasqueño, avalado incluso por los diputados que se asumen parte de MORENA. Baste decir que dos secretarios del gobierno legítimo, Mario Di Costanzo y Laura Itzel Castillo, quienes responden a López Obrador y no al partido que los postuló, votaron a favor de la terna priísta. Que Fernández Noroña subiera a tribuna y votara en contra fue un burdo intento para engañar incautos tratando de deslindar a AMLO de la decisión, cuando el 90% de esa fracción y el 100% del otrora Convergencia respaldaron la pretensión de asaltar el IFE por parte del PRI.

En la democracia, los acuerdos entre las diversas fuerzas son legítimos, pero en asuntos de interés público lo correcto es que sean transparentes y de cara a la sociedad. Los partidos afines a MORENA deben aclarar a cambio de qué respaldaron las propuestas del PRI al IFE y qué se supone que ganaría la sociedad si se le entregaba a ese partido el control del árbitro y sería adecuado que AMLO fijara posición al respecto sin fingir demencia y sin lavarse las manos. Un asunto de tal trascendencia y, más aun, cuando está buscando la candidatura presidencial es imposible que le haya pasado de noche. Por supuesto, es correcto mencionar que el PRD se mantuvo unido y que Alejandro Encinas, junto con Guadalupe Acosta Naranjo, dieron una batalla ejemplar al lado del PAN para defender la autonomía del IFE.

Hay que ver la degradación del IFE y del TEPJF como parte de la creciente descomposición del sistema político en su conjunto y así como se plantearon los cuatro puntos para la reforma política para abrir el ostión de la clase política y promover su renovación y mayor vinculación con la ciudadanía y la posibilidad de construir gobiernos de coalición que favorezcan acuerdos de largo aliento con mayorías estables en el Poder Legislativo para mejorar la eficacia del Estado sin atentar contra la pluralidad e incluyéndola en un esquema de colaboración y corresponsabilidad, también se debe buscar cómo fortalecer de nuevo a las instituciones democráticas que surgieron con la transición. Por ello, lo correcto es exigir que la consigna que abrazó la alianza PRD-PAN al detener la intentona del PRI y aliados: “IFE ciudadano”. Que empiecen, con la urgencia que amerita el caso, con los tres que faltan.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

DERECHO A DECIDIR VS SÍ A LA VIDA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Imposible eludir el tema, aun cuando no esté a discusión. La Suprema Corte de Justicia de la Nación debatió sobre la constitucionalidad de dos leyes locales, de dieciocho que fueron aprobadas, que establecen derechos a los óvulos fecundados, reconociendo a éstos como personas. Como vemos, no es el aborto o su despenalización lo que trataron los Ministros sino sí es materia de los estados definir el alcance de los derechos humanos cuando la extensión de alguno signifique la restricción, e incluso la negación, de otros y que, por tanto, pudieran existir diferentes, o peor aún, contradictorios criterios para su tutela en las distintas entidades de la república. Siete de once miembros de la SCJN consideraron, en concordancia con el proyecto del Ministro Fernando Franco, que eran inconstitucionales, sin embargo mantienen su vigencia, pues se requería una mayoría calificada de ocho.

Cualquiera que hubiera sido la resolución, tanto en Baja California como en San Luis Potosí, habría seguido siendo delito abortar. Sin embargo, la historia de estas legislaciones, su sentido y su materia están en el núcleo de la polémica sobre si es legítima o no la interrupción voluntaria del embarazo. Por eso no puede extrañar que se haya reavivado dicha discusión que suele polarizar posiciones y ánimos, mismas que pueden sintetizarse muy bien en los dos “hashtags” que en twitter han servido de bandera a los respectivos bandos: #derechoadecidir y #sialavida (en el HT no se usan acentos)

No está demás recordar que como consecuencia de la decisión de la SCJN, en el año 2008, que validó la constitucionalidad de la legislación del DF que despenalizó la interrupción del embarazo hasta la 12ª semana de gestación, se dio una contraofensiva político-clerical que logró modificar dieciocho constituciones locales para establecer en ellas el criterio de que la vida humana comienza con la concepción. Una forma de presionar para que lo mismo fuera adoptado por la Constitución de la República y, con ello, convertir en inconstitucional la norma polémica en la Ciudad de México y poder echarla abajo. Sin embargo, no midieron otras consecuencias que pudieran desprenderse de esa decisión.

La ciencia sólo da elementos para sostener una u otra posición, pero no resuelve por sí misma la cuestión de cuándo se puede considerar la vida como humana. Por supuesto, este escrito no se plantea resolver algo que seguirá teniendo como reducto a las creencias, pero sí señalar el daño a derechos fundamentales consagrados en la Constitución, por cierto, no sólo de las mujeres, al adoptar jurídicamente el criterio de considerar al cigoto como persona. En primer lugar, el establecido en del artículo 4º: “…TODA PERSONA TIENE DERECHO A DECIDIR DE MANERA LIBRE, RESPONSABLE E INFORMADA SOBRE EL NUMERO Y EL ESPACIAMIENTO DE SUS HIJOS…”

Uno de los métodos anticonceptivos más utilizados en México es el Dispositivo Intra Uterino (DIU) que, eventualmente, evita la implantación de óvulos fecundados en la matriz. Es decir, serían potenciales “asesinas” las mujeres y parejas que hayan decidido usar el DIU. Algo muy similar puede decirse de la “anticoncepción de emergencia” de las llamadas “pastillas del día siguiente”. Pero no sólo mete en problemas a quienes hayan decidido evitar de esas maneras embarazos no deseados, también a quienes quieren procrear y no han podido. La fertilización In Vitro lleva a desechar a la mayoría de los óvulos fecundados. Aquí habría “asesinos” por querer embarazarse. Sobra decir que los médicos que implantaran DIUs o que realizaran fertilizaciones artificiales serían también culpables de “asesinato”. Respeto profundamente la creencia de considerar la vida humana desde la concepción, pero darle a esa creencia el estatus de verdad jurídica sería una aberración que podría llevar la criminalización, ya de por sí cuestionada en el aborto, a extremos inadmisibles. Huelga decir que las mujeres embarazadas en una violación ya no tendrían el derecho de abortar.

Es mejor colocar y circunscribir a las creencias con alto contenido moral en el lugar que les corresponde, y ese es el de la conciencia individual, respetando en todo momento la libertad de cada persona para defenderlas y tratar de convencer a otros de su validez y de sus bondades, pero sin que puedan imponérselas a otros. Aunado a ello, se pueden encontrar puntos de coincidencias en los cuales avanzar y eso, por extraño que parezca, también es posible en el tema del aborto, en el entendido de buscar un equilibrio entre derechos que llegan enfrentarse. En ese sentido, es importante ubicar que la discrepancia es sobre si se debe considerar delito la interrupción voluntaria del embarazo, pero no en la necesidad de reducir la incidencia de abortos.

Para la mayoría de las mujeres, abortar es una decisión difícil y para no pocas la única opción en su realidad. No es un gusto, nadie está “a favor” del aborto sino que, para una parte importante de la sociedad, se trata de una medida de emergencia y habrían preferido no llegar a ella, pero la circunstancia de su vida las llevaron a practicárselo. Tomando esto en cuenta, lo lógico es atacar las causas con políticas públicas. Por principio de cuentas, debiera promoverse la educación sexual, información y promoción de la planificación familiar y de los métodos anticonceptivos. Paradójicamente, algunos grupos opuestos a la despenalización del aborto se oponen también a políticas que eviten embarazos no deseados, más allá de la legítima, pero improbable, abstinencia.

No hay libertad sin opciones. Por eso sería correcto buscar que las mujeres no tengan como única posibilidad la interrupción del embarazo y puedan optar, si así o desean, también por la maternidad. En ese sentido, contribuiría el no permitir despidos a mujeres embarazadas, ayudar a las madres jóvenes a seguir estudiando con guarderías y becas, tener un sistema de adopciones profesional y confiable, programas sociales a favor de las madres solteras y combatir la moral conservadora que las estigmatiza, pues no pocas mujeres abortar para evitar enfrentar la incomprensión de sus familias y su entorno.

Ahora bien, educar y dar opciones reales y efectivas a las mujeres reduciría la incidencia de abortos, pero no los acabaría y si algo ha quedado demostrado es que las prohibiciones penal, moral y religiosa sólo sirven para poner en riesgo la salud, la libertad y la vida de las mujeres que se los practican, pero no evitan que estos se produzcan. Quienes tienen recursos pueden recurrir a clínicas que los realizan de manera clandestina, viajar al DF o irse del país a abortar, pero las mujeres de escasos recursos que cuentan con deficiente información lo hacen corriendo graves riesgos a su salud reproductiva e incluso pueden morir en el intento. Por el “sí a la vida” muchas pierden la suya y, por regla general, son las más pobres y desprotegidas.

Por eso, algo que debiera ser de sentido común, es que las mujeres que toman la difícil decisión de abortar -por experiencia, insisto, se sabe que lo harán en cualquier condición- puedan practicárselo en condiciones sanitarias adecuadas y se cuide la vida cuya calidad humana no tiene dudas, aunque se considere que lo ideal es preservar ambas vidas. Nadie debe morir por no compartir ciertos valores morales, que son respetables, pero de ninguna manera absolutos, únicos o inapelables.

Cualquiera que hubiera sido la decisión habría generado polémica, pero como la definición se dio por un voto es comprensible que se centre la atención sobre las presiones, algunas naturales y otras excesivas, que padeció la SCJN estos días. Por eso no puede sino calificarse de imprudente, inoportuna e incorrecta la actitud de Felipe Calderón que como Presidente de la República y jefe del Estado mexicano debió mantenerse al margen de las decisiones de un Poder distinto y autónomo. Pudo actuar como Valery Giscard, que siendo católico asumió el deber de su investidura como primer mandatario de un Estado laico y no pretendió que sus creencias y su fe particulares fueran impuestas a todo un país diverso y plural… como el nuestro.

El planteamiento de Calderón de retirar la Declaración Interpretativa sobre el Pacto de San José y, con ello, aceptar sin observación alguna que los derechos humanos deben reconocerse “desde la concepción”, exactamente lo que establecen las constituciones locales que fueron impugnadas, presagia tormentas, puesto que los tratados internacionales tienen el valor de las normas constitucionales y lo que sigue es, por otra vía, volver a impugnar la constitucionalidad del Código Penal del DF que despenalizó la interrupción del embarazo hasta la 12ª semana. Es cierto que esa posición tuvo a favor sólo cuatro de once Ministros y que sería volver a polarizar a la sociedad, pero en nuestro México se han visto cosas más absurdas. No olvidemos que se acerca el 2012 y que, nos guste o no, la Iglesia Católica tiene un peso electoral que nadie puede soslayar.

El aborto es un tema álgido que, por poner en juego creencias profundas, suele provocar la pérdida de ecuanimidad y subir el tono de la confrontación a niveles inadmisibles. Por eso no está demás convocar al debate fuerte y franco, pero también inteligente y tolerante. Finalmente, la sociedad dividida y polarizada, reflejada de alguna manera los tuiteros de #derechoadecidir y de #sialavida, tenemos que coexistir y sacar a nuestro país adelante en momentos particularmente difíciles. Incluso en este tema álgido, el diálogo y la tolerancia son necesarios y apremiantes.

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miércoles, 21 de septiembre de 2011

GOBIERNO DE COALICIÓN

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Si algo ha contribuido al estancamiento de la transición y al desengaño ciudadano sobre las ventajas de los cambios democráticos logrados a finales del siglo XX en México es la falta de eficacia del sistema político, es decir, la ausencia de resultados, la complicación de viejos problemas y la emergencia de nuevos que han exhibido la incapacidad del Estado para enfrentarlos con éxito. En buena medida, eso es consecuencia de mantener el esquema del viejo presidencialismo, pero ya sin los poderes metaconstitucionales que en los hechos gozaba el titular del Poder Ejecutivo. Con la realidad de “gobierno divido”, sin que el partido en el gobierno tenga mayoría en las Cámaras, los actores políticos se han mostrado muy limitados para construir los acuerdos requeridos para sacar adelante las reformas estructurales con la profundidad que necesita el país. Respondiendo a ello se han presentado dos iniciativas antagónicas: “La cláusula de gobernabilidad” y “El gobierno de coalición”.

Detrás de la propuesta de revivir la cláusula de gobernabilidad, una fórmula salinista para garantizar el control presidencial sobre las Cámaras, se encuentra Enrique Peña Nieto. La lógica es muy simple: para no depender de los acuerdos con otras fuerzas políticas en negociaciones caras y a veces inútiles porque el criterio que suele imponerse es el de la rentabilidad electoral por sobre el del interés nacional, se le debe garantizar la mayoría al partido en el poder para que éste puede implementa por sí solo su programa de gobierno. O dicho de otra manera, restaurar la columna vertebral del viejo régimen: el poder (casi) absoluto del presidente.

A diferencia de la cláusula de gobernabilidad que adultera la representación popular bajo la premisa autoritaria de que sólo concentrando el poder en la autoridad máxima del Estado se puede gobernar con eficacia, la propuesta de “gobierno de coalición” que, sin cambiar el régimen presidencial, permite construir mayorías legislativas estables respetando la pluralidad política y haciéndola corresponsable de la buena marcha del país. Alrededor de un programa de gobierno se signa un acuerdo público entre distintos partidos representados en el Congreso con el Presidente para conformar un gabinete plural y de alto perfil, el cual debe ser aprobado por el Parlamento. De esta manera, se alientan los acuerdos entre fuerzas distintas y se rompe la lógica dominante del cálculo electoral que privilegia la obstrucción. Un paso hacia el parlamentarismo que fortalece a la democracia.

Se trata de una posibilidad, pues no hay obligación para el Poder Ejecutivo de contar con mayoría parlamentaria; sin embargo, es un instrumento que puede resolver el problema del gobierno dividido y promover la cooperación en la pluralidad democrática del país. Su simple existencia acabaría con lo que ya es tradición: responsabilizar al Congreso de la falta de resultados del gobierno. Si un Presidente decide gobernar en minoría está en su derecho, pero, en caso de que sus propuestas se atoren en la Cámaras, sería su responsabilidad por no conformar un gobierno de coalición.

No deja de llamar la atención que uno de los promotores de la reforma constitucional para instaurar gobiernos de coalición en el Senado de la República sea Manlio Fabio Beltrones, quien, junto con los coordinadores del PRD y el PAN, Carlos Navarrete y José González Morfín, suscribieron la iniciativa. Con ello hace un alto contraste con su adversario interno en pos de la candidatura presidencial y, si bien es cierto que es poco menos que imposible que se imponga a Enrique Peña Nieto, se muestra como un político progresista frente al que viene a restaurar el viejo régimen. Más allá de lo que se piense acerca de sus cálculos e intenciones, de su estrategia de precampaña, de saber si es su convicción o una forma de estirar la cuerda para negociar mejor, se debe saludar todo esfuerzo que pueda servir para fortalecer la incipiente, contradictoria y hoy francamente en riesgo democracia mexicana, más aun cuando es respaldado por legisladores de los partidos más importantes.

Es fácil de prever que la iniciativa se aprobará en el Senado y que, entonces, la bola le caerá a Enrique Peña Nieto, quien tiene evidente control del grupo parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados con el ingrediente de que la propuesta tendrá algunos adeptos en esa bancada. ¿Querrá pasar como demócrata para no pagar el precio y se olvidará de la reforma que él ha defendido en diversos foros, la de la cláusula de gobernabilidad, mandándola aprobar o buscará frenarla de la misma manera que tiene detenida la integración del IFE porque el PRD y el PAN no aceptan que el PRI proponga dos consejeros? Lo veremos.

Al margen de la propuesta legislativa, se está planteando desde diversas posiciones políticas y ámbitos sociales la posibilidad de construir una gran alianza electoral que pueda constituirse en un polo competitivo frente al candidato de la restauración y que de entrada plantea que, en caso de ganar, conformaría un gobierno de coalición para lograr lo que la alternancia no pudo o no quiso hacer: culminar la transición democrática, terminar con impunidad, corrupción, privilegios y cacicazgos y establecer un modelo de desarrollo con crecimiento y justicia social. En eso andan demócratas partidarios y sin partido como Javier Corral, Guadalupe Acosta Naranjo, Xóchitl Gálvez, Purificación Carpinteyro, Marco Rascón, entre otros. Está demás decir que esa loable iniciativa sólo podrá prosperar si irrumpe la sociedad para impulsarla, pues hoy se ve complicado, por decir lo menos. ¡Pero vaya que a México le hace falta algo así! Hagamos lo que podamos para que suceda…