domingo, 28 de agosto de 2011

TERROR EN MONTERREY

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Parece mentira, pero aún no lo hemos visto todo. La espiral de violencia mantiene su paso ascendente, mostrándonos que el camino del horror no tiene final y que en él siempre se puede llegar más lejos. Lo impensable se vuelve realidad sólo para ser superado por otro acontecimiento más ruin, más desalmado, más sádico, más inhumano. La capacidad para generar dolor, destrucción y muerte por parte del crimen organizado parece no tener límites y crece el número de muertos inocentes que no son resultado de accidentes lamentables, fallas en la operación o la fatalidad de estar en el lugar equivocado en un momento inoportuno sino que son víctimas intencionales de mentes y comandos homicidas que con mayor frecuencia están recurriendo a tácticas terroristas.

Hace ya tiempo que los niveles de violencia en México llegaron a grados inimaginables: Descabezados, desollados, empozolados, colgados en puentes, asesinatos en masa, carros bomba, granadazos, torturas y cercenamientos grabados y subidos a la red, etc. Así que el incendio intencional del Casino Royal que ocasionó la muerte de 52 personas, por más terrible y atroz que sea, no es un hecho aislado y debe verse como un eslabón más, el peldaño siguiente en una escalera interminable si es que la apuesta sigue siendo vencer sólo por la fuerza a organizaciones criminales poderosas que cuentan con recursos (casi) ilimitados, pues el negocio de la droga, principalmente, produce ganancias estratosféricas a pesar o, mejor dicho, gracias a su prohibición.

Que la sociedad ya sea “objetivo de guerra” del crimen organizado es un cambio cualitativo en el escenario. En una semana, se despejaron las dudas. Si el enfrentamiento en las inmediaciones del estadio en Torreón demostró lo vulnerable que está la población en un espectáculo público y las ráfagas en una primaria en Ciudad Juárez que a cualquiera le puede tocar, el incendio provocado en el Casino Royale de Monterrey expresó de manera contundente que las tácticas terroristas ya están en el repertorio de los criminales. No sólo se causó terror sino que eso se logró a través del asesinato indiscriminado y de una forma por demás cruel y salvaje, al grado de faltar palabras para calificarlo.

Por elemental sentido de justicia, pero también por necesidad política apremiante, lo ocurrido en Monterrey no puede quedar impune y, lo que es fundamental, se debe expresar el repudio unánime de los mexicanos al crimen y a los criminales. Esto trasciende la lucha política de los partidos y el ánimo preelectoral que ya domina el escenario, pues lo ocurrido pone en juego algo más importante que el resultado de los comicios del próximo año: la viabilidad de cualquier proyecto nacional, la convivencia social, la calidad de vida de los mexicanos, la gobernabilidad democrática, la posibilidad del Estado para cumplir, así sea de manera raquítica, con su primera razón de ser, que es la de garantizar seguridad a los habitantes del país.

Por lo anterior, aquí no puede haber confusión ni caben las medias tintas. Es un error y una enorme irresponsabilidad aprovechar el hecho para avivar la polarización, pues el mensaje que se manda es ominoso: entre más atroz sea el crimen, más se ahonda la división de la clase política y, por tanto, más se debilita el Estado; eso es un incentivo para su reproducción. El incendio del Casino Royale es un hecho tan brutal que no puede sino provocar la condena sin ambages de todos los gobernantes, partidos, poderes, ONG´s, intelectuales, ciudadanos, etc. Sí, mostrar unidad nacional contra quienes cometieron ese crimen, lo cual no significa avalar la estrategia fallida de Felipe Calderón.

De la misma manera que sucede en España cuando ataca ETA, todos toman la calle para mostrar su repudio a esa organización y a sus métodos, debiera ocurrir en México frente a acontecimientos como el ocurrido en Monterrey. Eso no anula las diferencias ni atenúa la intensidad del debate político, pero expresa con toda claridad que las diferencias que existen no son obstáculo para combatir unidos a lacra del terror y que le resultará contraproducente a los criminales recurrir a él. Por desgracia, es de lamentarse la falta de madurez y de visión de Estado en gran parte del la clase política mexicana.

Mostrar unidad nacional contra el crimen no obsta para seguir demandando al gobierno de Felipe Calderón un cambio de estrategia, pues es obvio que ésta no está dando los resultados requeridos y que la violencia sigue creciendo inexorablemente. Es más, si el titular del Poder Ejecutivo muestra disposición para revisarla y acordar una política de Estado sobre la materia, facilitaría que la unidad se manifieste con mayor fuerza y convicción, pues muchos actores, con razón, no quieren avalar algo en lo que no fueron consultados y cuyos resultados son magros y, algunos, contraproducentes. Pero no hay que mezclar los planos. El repudio unitario contra los criminales es uno y la demanda por el cambio de estrategia es otro.

México duele, no sólo por sus problemas que crecen en ramas tan sensibles y fundamentales como la pobreza, la falta de crecimiento, la educación, la corrupción, la impunidad, la inseguridad, entre otros, sino por el odio incubado en la sociedad y que produce día con día hechos terribles, desprovistos de cualquier atisbo de humanidad. Algunos ven en la posibilidad de un estallido social la esperanza de redención nacional. Se equivocan y juegan con fuego. La saña, la intolerancia, el rencor, se muestran por todos lados a la menor provocación y nuestro país no está vacunado para que se exprese la indignación acumulada, tal y como está sucediendo en otros lados del mundo. Quien crea poder controlar una irrupción de ese tipo, como están las cosas, se engaña. Atajar que ello ocurra debiera ser una preocupación prioritaria de la clase política, pero no lo parece. Su inconciencia raya en la estupidez.

Además de expresar repudio unánime al acto terrorista en Monterrey, se debieran pensar reformas para afianzar la unidad en torno a un proyecto nacional compartido en sus elementos básicos. Y, tan importante o más que ello, trabajar en la promoción de valores que generen cultura cívica para la convivencia armónica, como es el de la tolerancia. En ese sentido se vuelve de primera importancia fomentar el respeto a la vida humana y a su dignidad. Eso se logra con educación y la verdad es que no entiendo por qué la SEP desapareció las materias de Filosofía del bachillerato, cuando ellas ayudan precisamente a inculcarlo. En fin, hay muchas cosas inexplicables.

El terror o, para distinguirlo del ideológico o religioso, narcoterror hizo su aparición en México y nos pone a prueba a todos. Detener la barbarie que crece implica que los mexicanos hagamos causa común contra los terroristas, a pesar de las diferencias. La historia dirá si estuvimos a la altura.

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martes, 23 de agosto de 2011

CANDIDATO MÁS ALLÁ DE LAS IZQUIERDAS

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Difícil, pero no imposible, detener la marcha de la restauración en México. Lo primero es dejar a un lado el voluntarismo y entender que sólo sumando fuerzas y convenciendo a los indecisos se tiene posibilidad de construir una mayoría electoral distinta a la que hoy marcan las encuestas. Está visto que eso no podrá lograrse con la opción de la continuidad ni con la de la confrontación rabiosa. Si algo explica los números a favor del más probable abanderado del partido del viejo régimen es precisamente el rechazo a esas dos posibilidades por parte de la mayoría del electorado. El gobierno de derecha y la oposición de izquierda han fallado ante los ojos de quienes deciden las elecciones a pesar del resurgimiento y auge del clientelismo que estamos padeciendo. Me refiero a los llamados “ciudadanos independientes”

Y es que no basta con señalar el riesgo del retorno al pasado para convencer a millones de votantes, muchos de los cuales no tienen conciencia de lo que era el régimen priísta, de que se inclinen por otra opción, mucho menos sacar a una buena cantidad de ellos del abstencionismo o del “voto nulo”. Frente a la posibilidad de la regresión se debe colocar de manera nítida la del cambio deseable que la alternancia ha quedado a deber. No es algo sencillo, pues en la sociedad hay cierto desengaño respecto a la democracia, aun cuando se quedó a medio camino, en parte porque, hay que reconocerlo, los gobiernos de los partidos que tomaron la democratización como estandarte, el PRD y el PAN, no se han distinguido lo suficiente de los del pasado –sobre todo en lo referente a la concentración del poder en el gobernante- y, en algunos casos, resultaron iguales o peores que los del PRI. Recuperar el entusiasmo por ese cambio pendiente es el gran reto de las fuerzas que empujaron la transición. De lo contrario, verán como la lucha de generaciones por la democracia en México se habrá desperdiciado.

La política se hace con las condiciones reales, no con las ideales. Y es evidente que, hoy por hoy, a la izquierda sola, así vaya junta, no le alcanza para ganar la elección presidencial. Por supuesto que hay causas y errores para explicar que eso sea así después de que en el 2006 acarició el triunfo; pero ahora, más que lamentarse, hay que actuar en consecuencia. Se requiere, por tanto, de un proyecto capaz de traspasar el voto duro y llegar a otros, de convencer a los indecisos y sacar del abstencionismo a muchos ciudadanos, de ser adoptado por buena parte de la clase media, de la intelectualidad y la academia, de sectores del empresariado y, por supuesto, que sea esperanza para las clases populares pauperizadas por políticas erróneas que, además de no generar crecimiento, concentran la riqueza. Por supuesto, para que ese proyecto tenga credibilidad debe ser encabezado por alguien que lo represente y genere confianza en todos esos estratos, grupos y ciudadanos, que pueda inaugurar la etapa de gobiernos de coalición; alguien que exprese un cambio inclusivo con responsabilidad y rumbo.

El proyecto del que hablo debe ser acompañado por una adecuada estrategia electoral. En ese sentido, resulta fundamental contar con una correcta política de alianzas y seleccionar al candidato “mejor posicionado”. La trascendencia del Congreso Nacional del PRD radica precisamente en sus acuerdos sobre esos dos puntos. Construir una amplia alianza para evitar la restauración del viejo régimen y retomar la transición para culminarla y darle un nuevo rumbo al país, por una parte, y realizar debate y encuesta abierta para seleccionar al candidato más competitivo fueron los resolutivos principales del Congreso perredista, mismos que fueron obtenidos con la aprobación del 85% de los congresistas.

Hay que decir que dichos acuerdos tan abrumadoramente mayoritarios se dieron porque fueron precedidos del acuerdo entre André Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard en relación al método de selección del candidato. Eso no evitó que haya algunos “más pejistas que el peje” que sostuvieron la elección en urnas y ahora promuevan una encuesta sui generis, tratando de reducir el universo de los ciudadanos encuestados, algo sin precedentes en la determinación de candidatos por ese procedimiento en el PRD, incluyendo, por supuesto, aquellos así definidos a instancia de AMLO. Es evidente que la certeza de cualquier método de selección radica en no cargar los dados a favor de nadie y, por lo mismo, las reglas no pueden hacerse a medida de ningún precandidato. Lo fundamental no es quien es más aceptado entre los simpatizantes de izquierda sino quien puede atraerse más votos de otros sectores y, por lo mismo, mayores posibilidades de ganar o, dicho de otra manera, quien cuenta con el respaldo de más ciudadanos con independencia de su ideología. Por ahí el ex jefe de Gobierno pidió que no se le preguntara a la “mafia en el poder”, pero, como el mismo ha indicado, son tan solo 30 potentados, cuya posibilidad de ser encuestados es (casi) nula. Así que, en lugar de inventar metodologías insólitas, lo correcto es que, ya que se determinó encuesta abierta, se realice con los mismos criterios con los que, hasta la fecha, siempre se han realizado cuando tienen por objeto determinar candidaturas en el partido del sol azteca.

Si se cumple con lo acordado y se respetan los resultados, la izquierda enfrentará unida el 2012 y estará en libertad para hacer las alianzas pertinentes que permitan construir un polo competitivo frente a la restauración. Por supuesto, habrá que tener una adecuada y confiable estructura electoral, razón por la cual el PRD tendrá que asumir la mayor responsabilidad para conformarla. Uno de los errores más costosos en el 2006 es que se hizo de manera inadecuada, en virtud de que ese partido fue marginado y toda la responsabilidad recayó en Alberto Pérez Mendoza, mano derecha de AMLO, el cual se dio el lujo de ignorar miles de propuestas perredistas para que resultara, el día de la elección, que su estructura se cayera, aun cuando se pagó el 100%. Hay que aprender de la experiencia y actuar de acuerdo a las nuevas circunstancias. Sólo así se puede pensar, con seriedad, en la victoria.

jueves, 11 de agosto de 2011

SICILIA, LA GUERRA Y EL LABERINTO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Lo ya logrado por el poeta Javier Sicilia y el Movimiento por La Paz con Justicia y Democracia no es poca cosa. Han sido detonante de un debate público sobre la violencia y la seguridad en el país que ha involucrado a los poderes del Estado y en el cual han terciado especialistas, intelectuales, periodistas, académicos, ONGs y, de manera notable, instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México. Abrió la oportunidad excepcional para que se construya por fin la tan necesaria política de Estado en la materia, lo cual no sólo remediaría una grave carencia que ha contribuido a la división y polarización de los mexicanos sino que permitiría pensar en una alternativa distinta a la de la creciente militarización para hacer frente al poder del crimen organizado. Por eso, la ruta del diálogo, además de retomarse y continuar, debe dar frutos, tener éxito, propiciar acuerdos fundamentales.

Se trata, ciertamente, de un camino con dificultades, pero Sicilia ya abrió la brecha al ser interlocutor de poderes, partidos, instituciones y grupos sociales; al convertir la inconformidad ciudadana en un acicate para que las instituciones cumplan con su obligación constitucional; al exigir y emplazar con su autoridad moral y de cara a la sociedad que autoridades y partidos dejen a un lado la mezquindad del cálculo electoral y actúen a favor de las necesidades del país.

Sin embargo, ese esfuerzo puede desperdiciarse si Sicilia y su movimiento no se involucran en todo el proceso legislativo y de implementación de los acuerdos, o bien se apartan de la ruta estratégica de diálogo y presión social hacia las instituciones que tan buenos resultados les ha dado con los encuentros en el Castillo de Chapultepec. Y es que existe una fuerte presión e incluso ataques, no tanto de los adversarios predecibles como de aquellos que debieran ser su respaldo, pero que por cálculo de facción quisieran que Sicilia y el MPJD fueran actores de conflicto, no de acuerdos; de polarización y no de reconciliación; de ingobernabilidad, no de pacificación; de ruptura, no de restauración del tejido social; de venganza, no de proyección hacia el futuro; de ariete para la lucha electoral del 2012, no como promotor de una visión de Estado que la trascienda.

Da la impresión que la reacción, bien calificada por Miguel Ángel Granados Chapa como “desproporcionada”, de Sicilia frente a la aprobación general de la minuta del Senado sobre la Ley de Seguridad Nacional, dejando reservados los artículos fundamentales para darle otro cariz y retomar los cambios y acuerdos pactados en el Castillo, fue resultado del constante golpeteo de los sectores extremos que hasta le recriminan abrazos y besos. Por desgracia, este no es un asunto que pueda sobrellevarse haciendo concesiones a quienes acusan de “ingenuo”, “legitimador”, “manipulado”, “instrumento del poder” al poeta , pues las declaraciones estridentes con amagos de ruptura y condenación moral a los impíos, además de generar desgaste innecesario y desconfianza en sectores en los que ya se ha despertado simpatía, no resuelve la contradicción con ellos, en virtud de que no es un problema de confianza sino de estrategias excluyentes. Para quien advirtió en el 2006 que no habría “normalidad política” y apuesta a exacerbar la polarización, anegando, entre otras cosas, a lo que ve como un régimen “amafiado”, no puede aceptar que transite la vía del diálogo y que, gracia a éste, las instituciones y el gobierno sean “legitimados” por asumir y llevar a cabo propuestas de la sociedad.

Si las encuestas y los resultados electorales del Estado de México demuestran que la estrategia de confrontación fracaso, el éxito de los diálogos del Castillo demostraría que la ruta del diálogo y las instituciones estaba abierta y era la correcta. Por eso es de esperarse que en la movilización del próximo domingo, a la cual acudiré convencido de la necesidad de promover una sociedad con valores humanistas frente a la ignominiosa posibilidad de seguir avanzando hacia la concepción de Seguridad Nacional como Estado de sitio, haya grupos organizados que expresen el deseo obradorista de “radicalizar” –las comillas son indispensables- al MPJD para que cambié su convicción reformista por la pretensión de ruptura, para que pase del “escuchen, pidan perdón, cumplan con su responsabilidad y hagamos los cambios” al “renuncia Calderón”.

Sicilia debe decidir entre cuidar su flanco izquierdo de las posiciones extremas a riesgo de perder lo mucho que ha ganado con el grueso de la sociedad o irse a fondo por conseguir que se cumpla la agenda del MPJD a través del diálogo, la fuerza de la opinión pública y el respaldo de la sociedad civil, más allá de la izquierda. Quizás eso lo saque del martirologio de los pretendidos impolutos, pero le daría otra perspectiva al país, una alternativa deseable frente a la implacable lógica de la guerra que, al no poder vencer en una lucha contra un enemigo poderoso que es capaz de enfrentarse al Estado con poder de fuego y alta tecnología, además de infiltrarlo a todos los niveles, sólo puede llevar al escalamiento de la fuerza y la violencia en una espiral interminable. El involucramiento creciente de los Estados Unidos y de sus agencias es consecuencia de esa lógica, así como en su momento lo fue utilizar al ejército en tareas de seguridad pública. Un Estado no puede aceptar a ejércitos enemigos moviéndose a sus anchas en su territorio y si la única apuesta para vencerlos es la fuerza, pues eso no tendrá fin mientras el crimen organizado siga teniendo ganancias estratosféricas y, por tanto, la posibilidad de retar a las fuerzas no sólo policiacas sino también armadas.

De ahí la importancia de cambiar la estrategia contra el crimen organizado y que se le dé un lugar preponderante a la labor de inteligencia, concentrándose en reducir los recursos económicos de los cárteles y, con ello, disminuir su capacidad de fuego y de corromper a quienes tienen la obligación de combatirlos. Detectar el lavado de dinero e intervenir cuentas, detener el tráfico de armas –en esas dos tareas es necesaria la colaboración de Estados Unidos- , educar para prevenir adicciones y rehabilitar a los adictos y, aunque se escandalicen las buenas conciencias, es necesario legalizar las drogas, empezando por las llamadas “blandas”. Después del narcotráfico, el siguiente negocio más lucrativo del crimen es la trata de personas, delito muy vinculado a la migración ilegal en nuestro país. Ayudaría mucho que ya no se pida Visa a los latinoamericanos para que haya mayor control sobre ellos, ingresarían legalmente, y dificultar su involucramiento o entrega a las bandas criminales, como actualmente ocurre.

En fin, que la lucha de Sicilia y el MPJD puede ser vital para crear una perspectiva de futuro distinta a la de la guerra sin fin y, para ello, se necesita que siga impulsando acuerdos y ganando conciencias, más allá de los convencidos. Que dialogue y consiga compromisos, que persista en mostrar lo importante que es defender derechos y libertades frente a la barbarie que nos alcanzó. Que siga apostando al poder de la palabra y a sumar voluntades, así sean estas de personajes estigmatizados; que siga mostrando su gran calidad humana y compromiso con la causa de la paz, aunque lo cuestionen por dar escapularios, abrazos y besos a los “malvados”.

martes, 2 de agosto de 2011

LA NECESIDAD DE DISTINGUIRSE

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

El primero de diciembre de 2006, casi a la misma hora en que Felipe Calderón tomaba posesión como Presidente de la República tras una elección polémica, muy cerrada y con resultados cuestionados, Andrés Manuel López Obrador mandó un claro mensaje de lo que sería su estrategia una vez que “la imposición” se consumara. Mientras la Cámara de Diputados vivía momentos de climática tensión con la tribuna tomada, enfrentamientos físicos entre diputados y protestas dentro del salón de sesiones, en un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México, el político tabasqueño advirtió: “No habrá normalidad política hasta que no haya democracia”, es decir, que no la habría mientras estuviera en la presidencia Felipe Calderón, “el espurio”. Lo que no sabía López Obrador es que, a la par de anunciar sus deseos, estaba sellando su debacle.

De alguna manera, lo expresado por AMLO indicaba la continuación de la política establecida en el conflicto post electoral, la cual se inició con el Plantón de Reforma que, paradójicamente, golpeaba directamente a los habitantes de la ciudad que más lo respaldaba. Se trata de una lógica de confrontación total, de aumentar la presión al máximo, de buscar doblar al enemigo, de ser un factor de descomposición del régimen hasta colapsarlo para que el camino de reconstrucción sólo pudiera ser llevado a cabo bajo el liderazgo de aquél que había sido “despojado” de la presidencia por “la mafia del poder”. Pensaba que entre peor estuviera la situación del país, mejor para él y su causa. Se equivocó. La premisa fue correcta, la consecuencia no.

Los graves problemas de México no han sido provocados por el movimiento cuyo líder se propuso evitar la normalidad democrática, a pesar de sus reiterados intentos por enrarecer el clima político y apostar a la ingobernabilidad. Su creciente debilidad y aislamiento le restaron notablemente capacidad de incidencia.

La división interna en el PRD inicia por la determinación del papel que debían jugar los legisladores de ese partido en las Cámaras. Se tenía una enorme fuerza legislativa y el excandidato presidencial exigía que las bancadas perredistas se opusieran a todo, hicieran contraste permanente y obstruyeran al máximo la vida institucional del parlamento. Cuando le hicieron saber directamente que existía la posibilidad de que se aprobaran importantes reformas, algunas de ellas demandas históricas de la izquierda, contestó que esas serían aprobadas “cuando tengamos la presidencia”.

El problema fue que las diferencias de opinión no se resolvieron en las instancias internas sino que López Obrador decidió estigmatizar a los que discrepaban de las suyas. En la plaza pública acusó de “moderados”, “traidores”, “legitimadores”, “colaboracionistas”, entre otras lindezas, a quienes pensaban que aun siendo oposición debían impulsar el Programa del partido en el Poder Legislativo. El odio y la intolerancia se fueron gestando a expensas de un liderazgo que encadenó su supervivencia política al mantenimiento de una narrativa mesiánica y martirológica que anatemizaba cualquier desviación de la ortodoxia establecida desde la palestra del mitin vuelta púlpito. Si la izquierda es, como pienso, libertaria, entonces ésta fue sostenida desde entonces por “herejes” que se rebelaron al pensamiento único impulsado por la figura fuerte y, en ese momento, dominante del ex candidato presidencial y decidieron resistir a la hoguera moral con la que los amenazaba.

El cierre de calles, las tomas de tribuna, el discurso beligerante y amenazador, la lucha fraticida alejó a muchos ciudadanos que creyeron en una opción de izquierda en el 2006. Mucha de la cultura política democrática impulsada desde la misma izquierda sufrió graves regresiones cuando se echó mano del viejo y putrefacto discurso sectario, propio de los años 70s, que hace del que discrepa un enemigo en casa que hay que extirpar. Recordando a los ultras del CGH, hicieron su aparición los “puros” que gustan de los autos de fe en la sabiduría del líder máximo, que no se permiten dudar, que convierten en adversario a todo aquel que no acepte el credo completo y que incluso proscriben a esa herramienta indispensable de la política que es el diálogo porque, dicen, es un elemento “legitimador”. Así que en lugar de dar una cara democrática, tolerante, incluyente, abierta, se mostró lo contrario a ojos de la ciudanía.

Mantener el discurso de la polarización cultivo al voto duro, lo exasperó, lo hizo sentir víctima de “las fuerzas oscuras”; pero al hacerlo se aisló del resto de la población y por eso creció el rechazo social, no sólo hacia AMLO que transmitía estar envuelto en una revancha personal sino también al PRD, partido con el que el grueso de la población, aun después de los conocidos desencuentros, no deja de identificarlo; y no es para menos, pues fue Presidente Nacional, jefe de Gobierno y candidato presidencial de ese instituto político. Eso explica el por qué ambos –partido y ex candidato- fueron cayendo en las preferencias electorales y aumentando los negativos a la par desde que se cometió el imperdonable error de cerrar Reforma.

La confrontación estridente y visceral no es rentable electoralmente. Eso lo sabe muy bien López Obrador, pues como Presidente Nacional del PRD se preocupó por quitarle a éste (y a sí mismo) la imagen rijosa que cargaba. Pero tras la elección del 2006, AMLO se equivoca al dejarse de preocupar por las urnas y apostar por la crisis política, tal y como lo anunció aquel primero de diciembre del 2006. Así que, sin tomar en cuenta a la dirección perredista, que no controlaba, apoyado por su núcleo cercano, el bejaranismo y los partidos pequeños que ven en él un salvavidas para su registro, mantuvo la idea de tensar al máximo para lograr que “renuncie Calderón”.

Hay que decir que el PRD impulsó importantes reformas, valiosas para el país y conforme a su Programa, a pesar de contar con la oposición abierta del político tabasqueño y sus grupos afines. Pero en la percepción de la sociedad siempre deja más honda impronta el conflicto, la estridencia y el escándalo que la propuesta, el acuerdo y la iniciativa. El caso es que “los platos rotos” los pagó la izquierda en general.

Es evidente que AMLO falló en sus cálculos y el ansiado colapso no llegó a pesar de las difíciles condiciones del país. Peor aún, las fallas, omisiones e incapacidades del gobierno de Calderón no fueron capitalizadas por él, como sería natural siendo el principal opositor, sino que el PRI y, en gran medida, el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, crecieron a costa de la ineptitud gubernamental y la irresponsabilidad de quien prefirió buscar la ruptura institucional en lugar de preparar la siguiente elección.

Los resultados en el Estado de México son una fuerte advertencia de lo que puede ocurrir en el 2012 si no se sacan las lecciones pertinentes y se corrige. La estrategia de confrontación fracasó y no sólo abrió el camino para el regreso del PRI a Los Pinos sino también puso en riesgo la continuidad de la izquierda en el Distrito Federal. Como AMLO no va a cambiar, así tenga hoy la tercera parte de las preferencias electorales que tenía en 2005, resulta indispensable hacer un deslinde y distinguir a la izquierda democrática, abierta, plural, tolerante, incluyente de la que no lo es.

La lucha de generaciones por la democratización del país pueden perderse, pues todo indica que Peña Nieto busca reconstruir buena parte del andamiaje institucional del viejo régimen y para muestra la insistencia de sus diputados cercanos por instaurar la “cláusula de gobernabilidad” que le garantizaría al próximo presidente tener la mayoría en ambas Cámaras. Pero es preciso anteponer a la posibilidad de la restauración, no la gris continuidad de un régimen disfuncional sino la culminación de la transición democrática que la alternancia quedó a deber. Por eso es tan importante que la izquierda cuente con un Programa de transformación que, lejos de confundirse con la biografía de un hombre, pueda incluir a grandes sectores de la sociedad y sirva para volver a entusiasmar con el cambió a una ciudadanía que hoy es, con toda razón, escéptica.

Es indispensable que la izquierda que logró la despenalización del aborto y las bodas gay en México se muestre a los ciudadanos como la más consecuente defensora de sus derechos, la que no dejará de empujar por el ensanchamiento de éstos ni por la conquista de nuevos. Que se distinga como la que reivindica el diálogo en momentos en que se estigmatiza por sectores extremos y fanatizados; la que practica la crítica y la autocrítica y entiende que la discrepancia enriquece; la que sabe que la intolerancia incuba violencia y empiedra el camino del autoritarismo; la que sabe que la negociación es práctica legítima, necesaria e indispensable de la política, reconoce legitimidad en el pensar diferente y sabe coexistir y construir acuerdos con otras ideologías en beneficio de la sociedad; la que es consciente de no poseer la verdad absoluta y combate todo intento de imponer un “pensamiento único”.

La distinción debe darse en el terreno de las ideas, pero también de las prácticas. Hay una separación de la clase política con el resto de los ciudadanos que una izquierda que espera incluirlos necesita estrechar. Por ello, tal izquierda debe acercarse a la sociedad civil y compartir sus causas que signifiquen mayores libertades, respeto a los derechos humanos o políticas públicas más justas. En ese sentido, debe abrirse a los planteamientos de movimientos civiles como el que se ha generado alrededor de Javier Sicilia o el que exigen una “reforma política ya”, expresando su respaldo político e institucional sin pretender dirigirlos y respetando su autonomía.

La izquierda de la que hablo reivindica la libertad humana y sabe que una distribución equitativa de la riqueza y la extensión de una educación de calidad a todos los confines del país son condiciones de posibilidad, materiales y culturales, para su realización. Sabe que para avanzar en la justicia social es indispensable aumentar la productividad, fomentar inversiones, atraer capitales, promover la competitividad y acabar con los monopolios, así como equilibrar las cargas impositivas para acabar con privilegios fiscales de los que ganan más.

Dicha izquierda también es consciente que la seguridad requiere de un trabajo de inteligencia profesional que se adelante a la delincuencia, que permita reducir las ganancias y los recursos del crimen, así como de una participación ciudadana intensa y de una política de Estado sobre el tema. Por supuesto, considera que la discusión sobre la regulación de la producción, distribución, comercialización y venta de drogas no es tabú y que es momento de ponerla en la mesa para un debate serio en el país y en las organizaciones multilaterales para que también se discuta globalmente.

En fin, si hay una izquierda que apuesta a construir un país mejor, dialogando y acordando con otras fuerzas políticas de ideologías distintas e incluso contrapuestas, como corresponde en una democracia, entonces debe de mostrarse… ¡ya!