martes, 18 de octubre de 2011

GRANADOS CHAPA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Lo traté poco, pero lo leí mucho. No es extraño, pues desde siempre me reconocí en su vena polémica, en su actitud de asumir posición frente a (casi) cualquier tema y defenderla con pasión e inteligencia. Abrazaba causas y, si bien filias y fobias llegaron a traslucirse en sus escritos, siempre apostó al argumento, al razonamiento, al rigor de la información y el análisis, en síntesis, a convencer. Eso no lo hacía infalible, pero sí un periodista que nos invitaba a pensar todos los días y eso no es poca cosa. Al contrario.

Miguel Ángel mostró una impresionante dinámica de trabajo sin demérito de la calidad. Hombre infatigable con evidente obsesión por explicar. Cuando uno lo escuchaba podía confirmar lo que denotan sus escritos y que quizás fue tomado de su madre, maestra de primaria: su interés didáctico. Por eso se mostraba meticuloso y hacía uso cotidiano de su prodigiosa memoria para traer a cuento información pertinente. Aventuro a decir que su periodismo era pedagógico, que siempre buscó, así sea de manera implícita, educar y formar a sus escuchas o lectores.

Nada sería más contrario a lo que fue su vida y obra que hacer de Miguel Ángel Granados Chapa un oráculo para develar “la verdad” de lo acontecido. Sin duda que su atenta mirada fue certera en muchas ocasiones, pero el pensamiento crítico no aspira a generar artículos de fe, pues eso significa negarse a sí mismo. Por supuesto que su columna y sus libros son herramientas valiosas para entender al México de las últimas cuatro décadas, pero deben someterse igualmente al ojo crítico. Aprender de Granados Chapa es no dar nada por sentado.

Coincidir o discrepar fue siempre el dilema ante cada texto del Maestro, pues era difícil no tomar partido. Granados Chapa no le daba la vuelta a los temas y los abordaba tomando e incluso resaltando sus filos polémicos. Pero dándole o quitándole razón, lo que se debe reconocer que no improvisaba, que sustentaba sus opiniones de manera inteligible, incluso aquellas que le hubiera costado mantener tras una réplica.

Un aspecto esencial en Miguel Ángel Granados Chapa fue la dimensión ética de su trabajo periodístico. Podía ser indulgente o implacable, manifestar simpatías o antipatías, pero siempre decía su opinión con valentía y franqueza. Era más que conocida su cercanía con Andrés Manuel López Obrador y si, a mi modo de ver, eso lo llevó en ocasiones a descalificar de manera injusta a los que no coincidían con éste, no lo limito para mostrar sus discrepancias con el tabasqueño, no obstante que en el círculo del ex jefe de Gobierno suelen ser intolerantes a cualquier atisbo de crítica.

En ese sentido sobresale la oposición de Granados Chapa al Plantón de Reforma, pues era un momento crítico y AMLO estaba en la cima de su poder. Considero que la historia le dio la razón, pero eso es lo de menos. Mostrar su desacuerdo ante una decisión de gran calado en pleno conflicto poselectoral tomada por su amigo y líder indiscutido del movimiento demuestra la honestidad intelectual e independencia de criterio del periodista que nunca tomó el camino fácil de esconderse tras la engañosa “neutralidad”. Su apoyo a las alianzas PRD-PAN cuando el lopezobradorismo, y el propio Andrés Manuel, acusaban de “traidores” a los perredistas que las impulsaban, así como suscribir la propuesta de “gobierno de coalición” que el tabasqueño descalifica como una “simulación” expresan lo mismo, pero el escenario límite que se vivió en 2006 resalta la entereza e integridad de Granados Chapa que bien podría analogarse con la parresía griega.

Hará falta en la vida pública de México la voz y la pluma de Miguel Ángel Granados Chapa, así como su lucha por la justicia, la democracia, las libertades, los derechos humanos. Mis condolencias a su familia -a sus hijos, Luis Fernando y Tomás, tengo el gusto de conocerlos y apreciarlos- y a sus lectores, entre los que me incluyo. Considero que el mejor homenaje que podemos hacerle y que tiene que ver directamente con su legado es forjar nuestra opinión y sostenerla con conocimiento, información, honestidad y valentía. Decir, pues, lo que uno piensa sin importar que ello incomode. En una frase: ejercer la libertad de expresión.

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