martes, 24 de enero de 2012

UN HEREJE AL CONGRESO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

El laberinto existe, lo que falta es hilo de Ariadna. Y no es que estemos en el laberinto sino que el laberinto somos nosotros. En vano esperaremos un plano, una ecuación genial, una piedra filosofal, un camino amarillo –azul o tricolor-, un salvador o un conjuro que nos libere, entre otras cosas porque parte de la trampa en la que nos hemos metido como país es pensar que todo se resuelve si elegimos la llave correcta, que, en caso de equivocarnos, optaremos por otra y así hasta atinarle. Votar con acierto ayuda, pero es a todas luces insuficiente.

Quien gobierne México necesitará más que un proyecto, voluntad y buenas intenciones. Necesitará del concurso de los demás, incluyendo a sus opositores, lo cual implica un cambio de mentalidad en la clase política; algo de tanta o más importancia que las reformas profundas que se requieren y que, por cierto, ayudaría a llevarlas a cabo.

La incipiente democracia conseguida por una transición que perdió gas -paradójicamente con la alternancia- promueve el imperio de la coyuntura sobre cualquier proyecto nacional de mediano y largo plazo. Lo fundamental en los cálculos de los gobiernos y de las distintas fuerzas políticas es la rentabilidad electoral de cada propuesta y medida, de cada posicionamiento a favor o en contra. En dicha lógica, el para qué del poder se reduce a su tautología: para tenerlo, conservarlo y, si se puede, incrementarlo. Asunto de preponderancia personal y grupal más que de darle orientación y rumbo a la república. Y, mientras tanto, los problemas crecen, la descomposición se agudiza y las oportunidades se pierden.

Pensar de otra manera, salir de ese círculo perverso de boicotear y ser boicoteado, dejar de subordinarse a la busqueda de ventajas facciosas y priorizar lo que necesita el país antes de querer medrar en las urnas, es la excepción frente al quehacer dominante de una clase política incapaz de ver más allá de la próxima elección y que, en esa lógica de competencia inescrupulosa, suele mediatizar los cambios que se llegan a concretar, encareciendo los acuedos, haciéndolos limitados, costosos y muy por debajo de lo que México requiere. Hay que romper con eso y atreverse a la herejía.

Desde hace años me he identificado con la figura del hereje, de aquél que se atreve a sostener su pensamiento distinto frente a la ortodoxia impuesta y que, como su etimología lo indica, “elige” la diferencia a pesar de las consecuencias. De hecho, la izquierda nace de una herejía, la de pensar que no hay ley natural ni divina que sostenga al mundo como es e impida ser transformado por medio de la acción y la razón humanas.

Por desgracia, en el seno de la izquierda se ha dado, en distintos momentos y lugares, la terrible paradoja de que grupos sectarios instauren verdades absolutas e inapelables o, lo que es igualmente pernicioso, aclamen a quien creen que es el portador incuestionable de ellas. Se trata de nuevas iglesias, así sean terrenales, con mesías, sumos pontífices, profetas, acólitos, fieles devotos y, no podían faltar, inquisidores. Fue en ese contexto de fanatismo e intolerancia que se dio en México tras la elección del 2006, a más de tres lustros de distancia la caída del Muro de Berlín, que me reivindiqué orgullosamente hereje.

Pero la herejía no se queda ahí. Incluye la rebelión contra la inercia de un sistema anquilosado y disfuncional, en el que pesan más los poderes fácticos y las reglas no escritas que la responsabilidad institucional y social de los detentadores del poder político. Hay que hacer y pensar distinto, dejar de reproducir lo que se cuestiona, vencer prejuicios, atreverse a revisar mitos, escaparse de las consignas, perder el miedo al estigma y preferir los costos de la congruencia a los beneficios de la complicidad. Herejías liberadoras para darle rumbo a la república.

Con esas convicciones heréticas aspiro a ser diputado federal del PRD por la cuarta circunscripción. En breve daré a conocer propuestas concretas, pero adelanto algunas herejías:

Es más importante reformar la educación que pactar electoralmente con el sindicato más grande de América Latina; México llegará a ser una potencia económica emergente sólo si invierte mucho más en educación, ciencia y tecnología; la cultura no es un bien suntuario; tampoco el internet; para redistribuir mejor el ingreso hay que generar crecimiento económico y recaudar más, pero ya no a costa de la clase media ni de los pequeños y medianos empresarios; es necesario suprimir los regímenes especiales y que paguen más no sólo los que ganan más sino también los que consumen más; una canasta básica generosa debe quedar exenta de IVA para ayudar a las clases populares, pero no entiendo por qué los producto chatarra y los “medicamento milagro” deben gozar de ese beneficio; una democracia funcional requiere de desconcentrar el poder y equilibrarlo en los distintos ámbitos, públicos y privados; a un monopolio no se le combate fortaleciendo a otros monopolios sino generando condiciones de competencia en todos los mercados; hay que empoderar a los ciudadanos, aunque eso afecte los intereses de la clase política, con candidaturas independientes, reelección, revocación del mandato, iniciativa popular, plebiscito y referéndum –no basta con establecer las figuras, hay que hacerlas factibles; debemos tender hacia el parlamentarismo; es necesario conformar gobiernos de coalición para dar viabilidad a proyectos nacionales de largo aliento en el marco de la pluralidad democrática; la moderación no significa tibieza; la izquierda no se refundará sin renovación –o a ver quién se los cree; se debe aprender de la experiencia exitosa de PETROBRAS (convenios de financiamiento privado sin que el Estado pierda la rectoría) para que PEMEX salga del rezago, aumente su rentabilidad y vuelva a crear y exportar tecnología; la mejor estrategia contra el crimen organizado es aquella cuya labor de inteligencia aumenta la eficacia y disminuye la violencia; el combate al narco debe tener como eje reducir sus ganancias, por lo que junto con la detección de cuentas, flujos financieros y lavado de dinero, hay que impulsar la legalización o, mejor dicho, la regulación de las drogas, lo que implica poner el tema discusión en las instancias internacionales y en la relación bilateral con los Estados Unidos, el cual yo lo ha hecho con la mariguana en más de una decena de estados; la libertad es el valor supremo de cada persona y el objetivo de la sociedad debe ser que todos sus miembros cuenten con las condiciones materiales y culturales suficientes para que puedan ejercerla a plenitud.; hay que luchar por los derechos y las libertades de las mujeres, de las minorías y de la diversidad con independencia de los costos electorales que eso conlleve.

Por eso digo: “Un hereje al Congreso”

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martes, 17 de enero de 2012

AMLO Y EL TRIUNFO CULTURAL DE NUEVA IZQUIERDA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

La grandeza es un artículo de lujo que nada tiene que ver con el poder adquisitivo. Si de por sí es escaso, en la política es prácticamente inexistente. Reconocer valor al otro, no a cualquiera, sino al que ha sido tu adversario y que muy probablemente lo seguirá siendo o lo volverá a ser, es difícil de encontrar, más aun cuando la confrontación ha llegado al extremo de la descalificación moral, recurriendo incluso a las injurias. Para ese grado de honestidad pocos están preparados, pues significa asumir errores y conceder razón a quien se tuvo de rival. Es más fácil cambiar sin decirlo, rectificar sin dar crédito, omitir que el otro pedía hacer lo que ahora se hace. Un boicot a la memoria para ahorrarse explicaciones y no revisar lo dicho, para no reivindicar a nadie y evitar reconocer a quien debe seguir siendo estigmatizado, de acuerdo a la lógica facciosa y sectaria que suele dominar en la clase política.

El notable giro a la moderación de Andrés Manuel López Obrador es un acierto estratégico de su campaña, pero hay una historia detrás que no se puede obviar, pues su anterior discurso, práctica e imagen tuvieron fuertes consecuencias y explican, en buena medida, el escenario en el que se desenvuelve la elección del 2012, y también las condiciones en las que llega la izquierda política, la cual se reencuentra tras cinco años dedistanciamiento y confrontación.

El nuevo discurso de AMLO ya no habla de “la mafia” que domina a México, misma que hay que combatir sin cuartel, en virtud de que no puede haber cambio “mientras ellos detenten el poder”, sino de la necesidad de que haya reconciliación en el país y se establezcan acuerdos amplios, hasta con aquellos a los que ubicaba en ese grupo infame, incluyendo a Felipe Calderón y a Carlos Salinas de Gortari. Por mucho menos que eso, en los años previos, se atacó con saña y espíritu inquisitorial a los que no comulgaban con la lógica de la confrontación total y promovían una política de construcción de consensos con las otras fuerzas en el Congreso de la Unión para enfrentar los graves problemas del país.

A la luz de lo que ahora dice y propone López Obrador resulta incomprensible la división que se dio en la izquierda después del 2006, pues, más allá de figuras retóricas, matices y diferencias sobre otros temas que no fueron motivo del conflicto interno, el virtual candidato está haciendo y planteando lo que en sustancia la mayoría dirigente del PRD había sostenido como alternativa a la estrategia por él adoptada desde el Plantón de Reforma. Con el AMLO que hoy hace (pre) campaña, el principal partido de la izquierda se habría mantenido cohesionado con su liderazgo y, estoy convencido, no sería Enrique Peña Nieto quien estuviera encabezando las encuestas a esta alturas.

Es verdad que la llamada “república amorosa” no es sólo moderación, conciliación y necesaria construcción de acuerdos nacionales, pero constituyen sus ejes políticos, los pilares con los cuales conviviría la pluralidad en la vida pública, aunque la retórica de corazones y sus resonancias religiosas y morales estén apartadas de la tradición de las izquierdas democráticas y libertarias.

Se debe entender que cambiar la percepción ciudadana no es fácil, menos cuando se trata de una personalidad fuerte y conocida como la de AMLO. Por eso recurre al “amor”, la figura más elocuente y opuesta a la del odio y resentimiento, imagen que generó en los últimos años al fragor de la estridente confrontación, misma que explica el rechazo o voto negativo tan elevado que se le observa en las encuestas. En mi opinión, es una apuesta audaz, pero correcta en su estrategia, no sólo para ser competitivo en esta elección, sino para tratar de reinventarse hacia el futuro y levantar, por fin, el ancla que lo tiene sujeto al 2006.

La discusión sobre cuál es el “auténtico” Andrés Manuel me parece bizantina. No creo que después de la elección regrese al lenguaje y actitud de los anteriores cinco años, pues sería un suicidio político y serían pocos los que lo tomarían en serio. Sabe que para ser creíble se requiere consistencia y, por lo mismo, genuino o no, pienso que mantendrá su discurso conciliador y “amoroso” sea cual sea el resultado electoral. Quienes no le ayudan son muchos de sus seguidores recalcitrantes, pues parece que no se han dado por enterados del viraje y el surgimiento del “nuevo AMLO”. Mientras éste habla de reconciliación, aquellos persisten en su ánimo inquisitorial. Los mensajes equívocos generan confusión, cultivan el escepticismo y alientan la desconfianza.

Si la coexistencia de esos dos discursos excluyentes y contradictorios –moderación y confrontación- se mantiene, a pesar de ser contraproducente, también se debe a la resistencia por hacer justicia histórica y aceptar que Nueva Izquierda –por mencionar a la corriente que por su fuerza decidieron estigmatizar-, tuvo razón al sostener, a pesar del linchamiento moral al que fue sometida, la línea política que el hoy virtual candidato presidencial de las izquierdas ha retomado. Con ello, aunque no lo diga, AMLO asume que el camino correcto es el de las urnas y no el de la ruptura, y que, por lo mismo, resulta indispensable enviar a la sociedad un mensaje de estabilidad, concordia e inclusión para disputar con éxito el poder político mediante el voto ciudadano. Esa es la victoria cultural de “los chuchos” –y de otros grupos del PRD- por más que la mezquindad pretenda escamoteársela.

Claro que persisten algunas diferencias, como la de atar la despenalización del aborto y el matrimonio gay a una consulta, las clases de moral en las primarias públicas que por definición atentarían contra el Estado laico al promover una entre muchas morales, o la crítica a los “placeres efímeros”; pero todas ellas son salvables en un marco de respeto a la pluralidad y al derecho a disentir, siempre que se comparta la línea política de sumar y construir acuerdos en el marco de la ley y la lucha institucional.

Estoy lejos de querer hacer una apología de Nueva Izquierda. Los vicios de la clase política también se reproducen en su seno, sus prioridades muchas veces no coinciden con las de la sociedad, llega a predominar en ella la visión internista y no es inmune al ánimo faccioso. Además se resiste a la renovación y su “escalafón”, si así se le puede llamar, es estático y está anegado, de tal forma que el mérito y la capacidad son artículos poco valorados y, por lo mismo, no se alientan. Pero también representa mucho de lo mejor de la izquierda al promover la defensa y profundización de los avances democráticos y las libertades públicas y privadas, al entender que no hay democracia sin contrapesos y atreverse a desacralizar mitos y prejuicios que provienen de corrientes autoritarias como lo son el estalinismo o el nacionalismo revolucionario.

Y no es poca cosa que sus convicciones políticas y su celo por la autonomía hayan llevado a Nueva Izquierda a resistir el inmenso poder de las personalidades carismáticas, a pesar de las consecuencias, pues, no obstante lo que dice la leyenda negra y se pregona en los linchamientos morales, no hay nada más rentable y seguro que doblegarse ante ellas.

Ahora bien, en las condiciones existentes y sin buscar reparaciones morales de ningún tipo, las izquierdas deben cerrar filas y buscar el mejor resultado electoral en el 2012. No es una mala coyuntura. El PRI tiene un candidato sin sustancia ni tamaños para la grave situación que vive el país y el desgaste del PAN tras dos sexenios decepcionantes es más que evidente. El ánimo de cambio puede abrirse paso por la izquierda ante la doble amenaza de la regresión y la continuidad. De cualquier forma no se ve fácil, es verdad, pero para lograrlo ayuda el nuevo discurso y actitud de AMLO, lo que con cierta y certera ironía se le ha llamado “achuchamiento”.

El reto, pues, es que la sociedad se crea la imagen de moderación del nuevo AMLO. A ello contribuye, sin duda, que los moderados de siempre, aquellos que no dejaron de serlo porque se les acusara de ser “conservadores más despiertos” y que, para ser justos, no sólo son los miembros de Nueva Izquierda, hayan aceptado el resultado de la encuesta y promuevan con todo a López Obrador rumbo a la Presidencia de la República. Acto de gran responsabilidad y valor ético. ¿También eso se les querrá escamotear?

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lunes, 9 de enero de 2012

SIN CANICAS NO HAY PARAÍSO

Fernando Belaunzarán
Twitter:@ferbelaunzaran

La historia se mueve por caminos insospechados. No sólo no hay determinismo en ella sino que suele sorprendernos, para bien y para mal. Los augurios de nuevos y luminosos tiempos a partir de puntos de ruptura con épocas oscuras resultaron ser más bien grises y aquello que se pensaba superado, rebasado o derrotado regresa, a veces con nuevas formas, a veces cínicamente igual. No es el “imperio de la razón” que la modernidad anunciaba y que, tras naufragar con las guerras mundiales, los regímenes totalitarios y el mundo bipolar de la posguerra, regresó como promesa tras la caída del muro de Berlín lo que tenemos en el mundo de principios de Siglo XXI. Y tampoco tenemos al México que esperábamos una vez que hubiera competencia electoral y el PRI dejará la presidencia.

El ímpetu democratizador que logró la alternancia decayó y hoy tenemos el riesgo, no que regrese al poder el partido del viejo régimen, sino que lo haga con el estilo y las convicciones que tenía cuando gobernó por setenta años. Es verdad que la sociedad ya no es la misma y que defenderá sus libertades y derechos adquiridos, pero también es cierto que la decepción generada por la falta de resultados, la emergencia de problemas fuera de control como lo son la violencia e inseguridad y, tenemos que decirlo, la falta de distinción suficiente al momento de gobernar por parte de los partidos que empujaron la democratización del país con respecto al pasado, han contribuido a que crezca socialmente la opción restauradora.

No basta con oponerse a la regresión autoritaria. Hay que saber hacia dónde dirigirse, tener una alternativa y ser capaces de convencer a los ciudadanos de sus ventajas y su viabilidad, no obstante el escepticismo comprensible que existe hoy en la sociedad. Y ahí la izquierda política necesita -le urge- definirse, acabar con la ambigüedad y hablar con absoluta claridad sobre los temas fundamentales del país y de sus habitantes. Eso significa acabar con la esquizofrenia en relación con la ley y el Estado de Derecho, las instituciones, la economía, la democracia y las libertades públicas y privadas. Si la izquierda busca generar confianza, entonces debe enviar mensajes unívocos.

Al final del día son las urnas las que definen y, por lo mismo, la prioridad debe ser proponer, convencer, persuadir, escuchar, incluir, acordar, sumar. La apuesta debe partir siempre de ganar el debate público recurriendo a la fuerza de la razón y no a la sin razón de la fuerza. Las causas para un México más libre, justo, equitativo, próspero y democrático son compartidas por la mayoría de la población y sin embargo muchos toman distancia por no encontrar congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, y desconfían justificadamente de quienes apelan a las reglas cuando les conviene y las desconocen cuando no.

Estoy convencido de que el valor supremo de todo ser humano es la libertad y que ensanchar sus márgenes y extenderlos a toda la población es una batalla permanente de primera importancia. Pero para ser libres, los hombres y las mujeres necesitan contar con condiciones mínimas materiales, culturales y circunstanciales; requieren trabajos bien remunerados, educación, acceso a Internet, información, seguridad. No hay libertad sin opciones y un objetivo social permanente debe ser darle el mayor número posible de ellas a cada miembro de la comunidad.

La clase política mexicana tiene un divorcio evidente con la sociedad a la cual se debe. Además de contar con un régimen disfuncional, producto de una transición inconclusa, rebasado por los problemas y que no da certezas sobre el futuro, el grueso de la sociedad sólo es espectadora de los excesos y las incapacidades del poder. Por ello son indispensables dos cambios fundamentales y complementarios: la llamada “reforma política ya” que empodera a los ciudadanos y el establecimiento de gobiernos de coalición que permitan construir e implementar desde la pluralidad un proyecto nacional de largo aliento que le permita al país crecer, distribuir mejor el ingreso, proporcionar seguridad a sus habitantes, proteger el medio ambiente, construir ciudadanía y, muy importante, generar las condiciones legales, políticas, sociales, institucionales y culturales para el ejercicio cada vez más pleno de la libertades en un México plural y diverso.

Con esas convicciones me registré como precandidato a una diputación federal por el Partido de la Revolución Democrática. Me gusta el debate abierto y franco, y siempre voy a su encuentro con el ánimo de convencer o ser convencido, de dar argumentos y escuchar otros, de defender con fuerza las posiciones propias, pero también de conceder razón cuando alguien más la tenga. La discrepancia es, como le gusta decir al ex rector Juan Ramón de la Fuente, un privilegio de la inteligencia y, por lo mismo, considero fundamental promover el diálogo respetuoso y la tolerancia como premisas de la convivencia política en la pluralidad.

Es verdad, como se dice al interior del partido, que “sin canicas no hay paraíso”, que sin “votos amarrados” conseguidos de cualquier manera no hay nada que hacer. Pero también es cierto que sin rumbo menos. Aspiro a convencer a los Consejeros Nacionales del PRD para que me den su voto. En esas ando.

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